sábado, 17 de diciembre de 2011

SÁBADOS SIN ACENTUAR

En las Dunas de San Antón -a bajas horas- el mar se traspiesa con la arena y la hace dorada. Parece que se retiró ella, pero no, porque jamás la abandona, amante frugal, que vuelve revenido sobre ella y la encharca entera.


La gente que camina al lado de su perro se tropieza con los ciclistas, que, lo que son las horas, van acelerados como si se fuera acabar su carril- bici a vuelta de turca.

Las arenas no tienen frío ni calor , porque son de sílice y de tiempo, henchidas por igual en cada uno de los granos, prisioneros éstos de entresijos de pies y plantas machaconas , que sí saben de fríos y de veranos calurosos, porque no hollan igual las mansedumbres pétreas, que los ardores vespertinos.

Aquí no hay percebes , sino lapas fugitivas que vegetan venturosas , mientras no lleguen los niños vacacionales y las apedreen para matarlas, sin comérselas -ni nada- con lo ricas que están enlabiadas y mesuradas , en la boca, salineando la lengua.
Los pies se me pierden en el horizonte y los ojos se me enarenan de estío , de ansiedad de ser otra, más marina y mas anciana, perdida , como los cuerpos de los ahogados, en voces que sólo se escuchan en ecos sombríos.

Pie a pie, grano a grano , vamos haciendo el camino, regreso a casa o ida definitiva, dolores artríticos de rodillas, que no pesan, sino que duelen, entre dunas y matorrales, y , a lo lejos, los pies en el horizonte y los ojos fijos en la arena.

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