lunes, 10 de octubre de 2011

A POCO QUE LES DEJAS




Las niñas de las Carmelitas nos hemos hecho viejas, nos han salido canas en el alma y nos duelen, los kilómetros, en los pies.

Ya hace demasiado que transitábamos por las murallitas de San Carlos , asustándonos de todo y Chari Arjonilla nos ponía- los días de salida- pañuelitos a juego , a todas, en el cuello.

Se acabaron – sin que nos diéramos cuenta- los guateques, los novietes y las risas tontas, los riños de las monjas y el miedo a que te preguntaran, porque no habías estudiado, plegándote en la silla, que había al lado del alfeizar de la ventana ,para hacerte invisible igual que Perseo, pero sin capa mágica, que nos socorriera. Deseábamos salir de allí más que ninguna otra cosa, lo deseábamos , porque como los del 15 M , queríamos comernos un bocado grande de vida, de libertad, de sol , de playa, de chicos esperando en la puerta en fila , con aires que venían nuevos y renovados, solo creados para nosotras.

Ahora las monjas se han muerto y nosotras nos hemos hecho mayores, sin darnos cuenta. Lo confirmo -varias veces- porque no me lo creo, ¿cómo se van a morir las monjas?, porque en mi memoria están frescas y lozanas, activas, con toca desmontada, ¡vaya misterio!, que bajo ella, tuviera una monja pelo. Lo confirmo y ya me lo creo, que saben que de usual soy muy desconfiada , porque leo en prensa un obituario y por las vivencias de la autora, recuerdo las mías propias y el presente se disuelve como azucarillo en leche caliente y rememoro el pichi que picaba , por mucho que lo lavara tu madre y los zapatos gorilas y los calcetines marrones y pienso en la suerte que tiene mi niña , que se queja tanto, porque no le gusta el traje de princesa, con que va todos los días al colegio y que preferiría cambiarlo, por una minifalda vaquera y una estrecha camiseta. La libertad o se desea o se escupe o se babosea, porque como el amor, como lo verdaderamente importante o se sufre y se trabaja por ello o se desprecia, como los adolescentes la paga que le dan sus padres o las consolas o los portátiles o los móviles , que hubieran hecho de nuestra vida de entonces un mucho menos mágica y un mucho más idiota , como la de ellos. No digo que fuéramos las más listas y verán que hablo en femenino plural, porque así íbamos, como los colegios del opus de hoy, niñas con niñas y nuestros hermanos o primos , en otros diferenciados y selectivos, de solo niños… Decían que para prevenirnos de problemas , que, como sabrán , se escribían con S mayúscula, pecata minuta, que socorríamos las chicas pensando siempre en lo mismo y buscando la fórmula para ver y conocer a chicos , que , para eso , las prohibiciones y las dificultades añadidas , son las que ponen salsa picante a la vida.

No entiendo cómo en tan poco nos hemos hecho mayores , porque el tiempo se me ha acortado y si tengo arrugas en las comisuras de los labios y en las lagunas de los ojos , ha sido de reír y festejar , por esta , tan buena vida nuestra. Nos protegían de todo mal, nos escondían en peceras grandes como las del Makro, para que nosotras, centollas regorditas y bien criadas, no sufriéramos lo que –hipotéticamente-estaba ahí aguardándonos. Ahora ya no somos niñas, sino madres, trabajadoras, divorciadas, apaleadas o vencidas, engloriadas o enmierdadas, enmarujadas o divinas, porque en el fondo solo somos eso, mujeres, me imagino que como las monjas, aunque con infinitamente más suerte que ellas , porque nuestros ovarios han vistos hijos, nuestros virgos el finiquito y los pichis azules y las blusas blancas y los gorilas, la voracidad de las polillas, sin que fueran sustituidos por otros iguales, sino que la universidad nos esperaba, la familia, las obligaciones y hasta la cerámica que la Doña purifica con sus manos y calienta en los Jereles, dando vida a un sueño y convirtiéndose en lo que siempre quiso ser, en lo que cada una de nosotras quiso ser , mujeres paridas por nosotras mismas, fuertes y débiles, cansadas y tranquilas, pero nunca oprimidas, ni obnubiladas, ni decadentes, ni víctimas.

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