viernes, 7 de octubre de 2011

ES LO QUE HAY




Necesitamos que nos atonten, que olvidemos que todo se nos puede caer como un castillo de naipes, o mejor, con la fatalidad del cielo azul de los celtas, sobre nuestras cabezas. La semana ha sido movidita, Duquesa arriba y duquesa abajo, porque la realidad económica impera y no queremos saber, preferimos esconder la cabeza bajo el sofá del salón y quedarnos mirando la pantalla cada vez más plana de nuestro encéfalo. Sí, se ha casado…¿ y a mi qué?, ha hecho lo que quería , siempre hizo lo que quiso , lo reconoce hasta ella, porque al menos puede, los demás nos conformamos con sobrevivir, con esperar la puerta del amor que no se abre o que no se cierra, como herida trapera, suspiramos porque nuestros hijos se hagan hombres y mujeres , para después echarlos terriblemente de menos o queremos- fíjense qué cosa más tonta-disfrutar días enteros en una playa y no saber ni el nombre de la nada. La duquesa se ha casado, ha picado una vez más en el anzuelo de la compañía o del ir acompañada, que no es lo mismo, o ha visto algo que yo no puedo ver porque me dobla la edad y aún hablo con mis hijos en primera persona y cuando sacan el tema de mi utópica herencia, siempre es en guasa y en tono cómplice. La vida se nos hace un pañuelo, como decía Federico Gallego en el poema maravilloso que le escribió a su madre, pero que no nos tapa los ojos a la hora de morir , sino que nos embebe las lágrimas de alegría o llanto, porque solo somos cascarones de alma perdida, en busca de algo que ciertamente no sabemos qué es. Si sonara el teléfono y escuchara la voz cascada de mi amigo rondeño, le preguntaría y me diría que es Dios y se quedaría tan pancho y después nos reiríamos, porque yo le contestaría una burrada de las mías y él me explicaría, con lenta cadencia, lo que iba a pasar si ganaban las elecciones los chic@s de Mariano y yo le escucharía resignada, porque me parecería más terrible no oír su voz que algunos minutos de peroratas manidas. Pero como no está y eso no puedo cambiarlo, sigo el artículo con añoranzas infinitas, haciéndoseme un nudo en el estómago y teniendo la certeza de que lo bueno, y hasta lo malo, siempre tienen un fin. La duquesa se ha casado, en Rota nos vamos a escudar de la crisis con antimisiles y tiraremos para adelante como siempre hemos hecho, con los dientes apretados y pateando con fuerza, como la tropa de San Fernando combate la instrucción forzosa, en las playas de Camposoto. Tal vez ahora nos duela y añoremos tiempos pasados, tal vez queramos escuchar el sonido del teléfono , porque sabemos lo que escuece el que no suene, pero sonará y será otra voz diferente , pero igual de amiga o no tan amiga, pero sonará y la vida volverá a plegarse, porque es un pañuelo en el que socorremos lagrimas y risas lloronas, esas que no producen arrugas más que en el alma, que es una buscadora de cascarones vacios para hacerse nido en ellos. Es lo que hay, economía en el desayuno con el periódico y los telediarios, café amargo de resignación y espera, por eso quizás necesitamos que nos atonten, que olvidemos que todo se nos puede caer como un castillo de naipes, o mejor, con la fatalidad del cielo azul de los celtas, sobre nuestras cabezas. Quizá por eso ponemos la telebasura y nos impregnamos en ella , porque es mejor que ver a tu marido –parado- mirando contigo a la duquesa bailar la danza del cisne a la puerta de su palacio, mejor que pensar que tus hijos no van a poder estudiar en la universidad o que la gloriosa casa que pagabas con la hipoteca va a ser subastada y comprada por un especulador que te echará de ella con cajas destempladas , perdiéndose el dinero que invertiste y dejándote con las manos llagadas , implorando compasión… Por eso ríes lagrimas de sueños rotos y le das la manos por encima del cojín del sofá, por eso le miras con arrobo , porque crees, más bien tienes fe, en que todo puede ir a mejor.

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