El Telone II es un
plaguicida que se aplica en el suelo patrio como la vacuna de la gripe, a
picotazos. Es fácil de hacer porque no hay que controlar las evaporaciones, ni
se ve, porque se hace con maquinaria específica
inyectándolo en la vena terrosa. Es altamente
contaminante así que cuando han sido regados con él campos jerezanos de patatas
se nos queda la gustativa palpitando de miedo.
Es un problema silencioso
porque no sabemos qué comemos y luego nos salen cosas en el cuerpo que no
entendemos cómo se nos han pegado al esqueleto. El aire
está viciado con metales voladores gracias a nuestra avaricia. El mar es un
enfermo que agoniza de tanto tragar nuestro plástico y los animales que criamos
para comérnoslos son engordados con piensos compuestos para que sean rentables,
no sanos. Ahora lo ecológico está que saca pecho pero es una falacia porque los
campos siguen siendo inyectados con plaguicidas para que las patatas del
supermercado luzcan más bonitas y baratas. Queremos tenerlo todo sin arriesgarnos
a ver un alimento que no tenga una textura perfecta o un color de película.
Pero eso sí debe ser adecuado a nuestro presupuesto en el que no se incluye el
justo salario al agricultor- trabajado de espaldas- sino a la producción en
masa -sin bichos , ni picaduras- porque se ha convidado al campo de una buena
dosis de plaguicida. La
culpa del invento no la tiene el querer ganar dinero sino nuestra forma de
vida…Come rápido, trabaja mucho, cobra
poco y luego ve al supermercado para comprar al precio más barato. Nadie se
ocupa del campo porque es prostíbulo de grandes compañías que ponen el precio
que les da la gana. Queremos un producto final perfecto a los ojos del comprador,
estratégicamente colocado en las estanterías. Hay que producir más y más barato
y se nos va la vida en el camino para lograrlo. No se recicla el plástico de
los envases porque sale muy caro hacerlo y en vez de enviarlo a países de
tercer orden- donde sale mucho más barato el reciclado- lo arrojamos al mar y
allí se queda molecularmente insertado en el ADN de los peces que luego nos
comemos. Es una cadena de
miseria- ya les aviso- la que llevamos colgada al esófago, a las vísceras y al esqueleto.
Cadena de muerte lenta y agonizante porque somos lo que comemos y lo que nos
llevamos a la boca. No es lo que queremos sino lo que nos bombardean en los
anuncios y lo que vemos con luces led en los escaparates y estanterías, al
alcance de la mano. Ahora que llegan épocas de despiporres, ya les diré cómo
acabamos que ya andan las farmacéuticas frotándose las manos con los antiácidos
y santiguándose los civiles por los atracones de espumosos y espiritosos.
Algunas veces pienso que el género humano no tiene salida, que saltamos a la
comba para no darnos cuenta que ya no hay piso bajo nuestras efímeras plantas.
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