Viendo a los surfistas cabalgar
las olas se nos olvida en qué tiempos vivimos. Sin embargo, a poco que
inhalemos el salitre de la mar, ya nos damos cuenta de que no nos perfora los
alveolos porque los llevamos tapados a la moda vejeriega.
No somos más que juguetes del destino cual protagonistas de una película
catastrofista que creemos mandar en el universo para darnos cuenta entonces -
cuando se nos cae el meteoro encima- de qué poco valemos.
Los de la Corrala se quejan del dinero que les han pagado a cada uno por
desalojar una propiedad que no era suya, adoctrinando con que lo que les han
dado (5000) no da para saldar ni un año de alquiler. A esos extremos hemos
llegado en este nuevo universo cómico en el que nos movemos, en el que los enfermeros
caen contagiados en el cumplimiento del deber,
mientras se siguen celebrando botellones y fiestas; En que los ancianos
de 80 se vacunan entre miedo e incertidumbre; En que trabajas, ahorras y te
mueres para dejarlo todo pagado mientras otros entran, saquean y permutan su
tiempo por unos buenísimos euros. La gente que
trabaja no puede quejarse porque cómo están los sueldos y las precariedades, con llegar cada día ya les vale. Luego hay que
pagar impuestos para colegios, hospitales, carreteras y las jubilaciones. Los que
los pagamos. Los de los cinco mil supongo que no. Porque no hay diferencia para
ellos entre dinero en bruto y neto. Nos hemos convertido todos en surfistas que
partirnos la cara con una ola mal dada, con los niños creciendo, con la
incertidumbre del mañana, sintiéndonos vejeriegos de corazón por mirarlo todo
detrás de una cara tapada.
El corazón se me parte con las casas tapiadas, con los barrios antaño
trabajadores y animados, hoy mustios y en decadencia; Con bares cerrados a cal
y canto y carteles por doquier de “se
traspasa”, “se vende” o “se alquila”.
En cada crisis
perdemos un trozo de nosotros mismos que se lo fagocita alguien sin nombre, ni
apellidos. Podríamos invocar a la resiliencia y decir que aprenderemos de esto,
nos haremos más fuertes y blablablá, pero lo cierto es que caemos por nuestro
peso ante la balanza de Anubis sin que venga jamás Osiris a darnos una segunda
tirada. Pasará
esta crisis y no seremos más que secundarios en una película catastrofista con
la cara ladeada al modo egipcio, sin perspectivas, ni tridimensiones, sino
“esto, aquí y ahora”.
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