
Jesús ha matado a su
padre, que no era carpintero sino minero jubilado. En realidad no ha sido él,
sino las drogas que lo enmierdean todo hasta las relaciones familiares. Tenía
once detenciones a sus espaldas, un título de informática y unos padres que no
paraban de recibir alarmas de cómo de mal se estaba volviendo su vida. De ser
un chico normal pasó a exigirles dinero, pero de ahí a clavetear a su padre con
un puñal en el pecho solo han hecho falta unos malos años. Lo intentaron todo,
pero fracasaron. No como padres, sino como represores de un mal que nos atañe a
todos. El último oficio conocido que tenía era recaudar euros por aparcamientos,
pero ya saben que eso no da para comprar costo que anda la vida muy cara. Así
que para qué está la familia sino para apoyarte, darte dinero y soliviantarse
cuando llegas fuera de sí y agresivo perdido. Antonio Perejil ha
dado su vida por su hijo como juramos hacerlo todos los padres, solo que a él
no se le ha quedado la promesa en la comisura de los labios, sino en mitad de
todo el pecho donde le ha asestado al menos una puñalada mortal. No creo que Jesús
quisiera, ni que sea malo, ni siquiera un parricida, sino solo un drogadicto
que cuando se desintoxique será aún más víctima y recibirá más dolor por la
muerte de su padre que cualquier condena que un Juez le imponga. Se cree que su
madre fue la que dio parte del suceso. Pobre mujer, las malas noches que habrá
pasado, la de pesadillas que habrá tenido imaginando encontrarlo un día muerto ,
tirado en cualquier bocacalle a rebosar de tanta porquería como se metía en el
cuerpo. Ahora el dolor hará mella en ella y se convertirá en mares de llanto,
en locuras que le pasarán por la mente y sobre todo lo injusta que es la muerte
llevándose a un hombre que en un día hubiera cumplido los 66. No sé cómo un
joven normal se convierte en asesino, no sé cómo se llega a esto, ni veo más que
desgraciados que son la última esquirla de desalmados que se llenan los
bolsillos con la desgracia ajena. No veo más que dolor y mucha tristeza. Jesús huyó a pie,
consternado, y los vecinos que ya conocían sus andanzas, dieron parte a la
policía que lo perseguía. Lo trincaron con rotundidad, prendiéndolo a la fuga,
desarmado y avergonzado, pletórico de confusión y sin saber muy bien qué había
hecho. Pero ya les digo que se desintoxicará o verá peores días enganchado a la
escasez, el miedo y la angustia de cuándo y dónde encontrar un nuevo
chute.
La vida de un drogadicto no es más que miseria y vergüenza, dolor y
tragedia. Como la griega, pero sin la epopeya. Sin dioses benevolentes, ni
héroes que mueren jóvenes para mayor gloria de su tierra. Sino substancias
envenenadas en las venas con promesas falsas de felicidad eterna.
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