El coronavirus nos trae
a todos locos porque hemos visto
demasiadas películas de zombis. Sabemos cómo se inician y cómo acaban (sobre
todo cómo acaban). El que estén
construyendo hospitales a mansalva en China no nos tranquiliza, ni que los
hospitales españoles tengan-ya- activado sus protocolos de emergencia. Pero todo esto
es porque somos veniales, tanto que hasta el mínimo chasquido nos afecta. Somos
especie experimental que se ha venido arriba, con desigualdades que no se ven y
consumo que endulza las penas.
AliExpress es el sustitutivo de los regalos del amigo invisible, ahora
sin amigo invisible porque qué mejor amigo tienes que tú mismo; El Tinder es el
de los guateques de pandillas y Twitter, el corralón en hora punta. Nos
hemos domesticado y se nos han caído los dientes, por eso las enfermedades nos
asolan y el clima cambia, porque no saben cómo hacer para mandarnos a hacer
puñetas. Hay gente que sigue creyendo en el amor, otros en los cuerpos
celestiales y algunos en la anorexia y la vigorexia para darse placer primero a
ellos en las lunas de un espejo.
La verdad es que todo son filtros, hasta de prensa que solo somos
receptores de los males generales dándole pan al hambriento y llevándonos algo
de corteza para casa. Los humos capitales nos los metieron en
las fosas nasales a golpe de propaganda electoral, de mentiras humanitarias y
de hacernos ver lo blanco negro, lo amarillo púrpura y la verdad a medias y
descuartizada. La gente se deja mentir porque le interesa,
que no hay como mantener el cerebro apagado para ser feliz y vivir más años. Se han cumplid 75 del holocausto,
que fue tan cuestionado por los que a los cadáveres expuestos a mansalva le
llamaban parafernalia y a las fotos y el exterminio, juego de mesa. Somos
hijos de aquellos que confiscaron la Historia, de los que quemaron a los fugitivos,
de los renuentes que se hicieron piedra y decrepitud para ahondar como Drácula
en la vida eterna, que no es más que preservar lo que nos interesa para
nuestros manejos. El
humo, en esta época, nos lo venden y lo compramos al costo, porque hemos dejado
de entender-como nuestros abuelos- que hay gente que nace para engañarnos y lo
poco que le cuesta encontrarnos para hacernos una jugarreta. Porque ahora son
capitales, de pecados principales, de gente importante que le interesa cerebros
vacuos y cuerpos hedonista solo preocupados en” el qué dirán”, “pensaran de mí”
y “si me querrán para siempre”. Que más nos da un virus que no se sabe bien de
dónde ha salido. La
gripe española mató a 100 millones de personas sin que nunca incluyeran a perros
y gatos que también la padecieron, pero díganme qué importancia puede tener un
gato o un perro para nuestra jodidas estadísticas. No sé si saben que no era
española, pero le pusieron ese nombre porque la prensa española fue la que le
dio mayor seguimiento. Ya ven, mejor ejemplo de humos capitales no los hay. Ni
tan paralelo a nuestra actualidad. Estudiando aquella cepa
se dieron cuenta de que la propagación se debió a la primera guerra Mundial y
el movimiento de tropas, tan inusual en cualquier otro momento histórico. Ahora
nos movemos más que nunca y a mayor velocidad. Pero también creo que nada se
mueve más rápido, ni con mayor certeza que el destino que hizo que los hermanos
Marto fueran testigos de la aparición de la Virgen de Fátima y murieran de este
virus con un día de diferencia. Me gustan las películas
de zombis porque se sabe cómo empiezan y cómo acaban. Me gusta la información,
pero me angustia saber demasiado porque la vida es corta y perecedera y hay que
vivirla a cachos sentidos como de lonchas de jamón bien escanciadas.
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