No me extraña que los
comerciantes del Mercado de abastos se manifiesten porque da penita verlo, tan
bonito como era, ahora desfloradito y dejado.
Es lástima caminar por el casco antiguo del Puerto y verlo envejecido en población, con ladrillería
en vez de visillos en edificios y comercios cerrados. Es difícil aparcar, ya se
lo digo, que si no fuera por la Bajamar y el parquin de al lado del
Ayuntamiento nos las veíamos moradas. Eso sí, a base de euros cabalgadores de
máquinas expendedoras. Y es que las grandes ciudades tienen costes, pero no nos
pasemos. Sí es verdad que no llegamos a las zonas azules de la Línea en el Campeonato
de Andalucía( que me soplaron 8 euros- como 8 soles- por no ver la zona azul
despintada y mal indicada), pero estamos en ese camino como en Cádiz que es más
fácil encontrar trabajo que un aparcamiento.
Las ciudades cotidianas- como el Puerto- se nos deshacen en las manos,
nos alumbran el corazón y nos lo dan todo, besándonos lentamente. Nos adoptan
sin que nos demos cuenta y ya tenemos hijos portuenses, de segunda generación
paridos por madre apátrida. La Escolano sabe de esto porque también se reposa
por estos lares que convidan de Levante y miradas de sol y tranquilidad y calor
en el alma, cuando ésta está casi seca. Solo que ella recicla en Cádiz sus
ganas recalando en el Marítimo donde tiene aparejados el andar con el vivir, a
temporadas efímeras.
En
mi caso, que nací en la clínica de Muñoz de madre talludita, por amor conyugal se
me fue metiendo esa plaza de abastos del Puerto en los tuétanos, en las
epiteliales y las pituitarias hasta que me sentí una con pescaderos y carniceros,
recoveros y polleros y hasta fruteros. Un Mercado de abastos que era parada
fija de sábados con niños a cuestas. Chocolate y churros a granel en tacitas
pequeñas con camareros que tutearían a Salomón si viviera. Es un microcosmos más perfecto que ningún acuario, pertrechado
en sí mismo como un collar humano de bares y chocolaterías, carteles de toros y
la presencia de Alberti que nunca se fue porque jamás otro sitio le hizo más
libre , ni fue mejor tratado en sus aceras. Ni Quiñones tiene nada que
envidiarle a Alberti , ni Alberti nada que decirle a Quiñones, porque ambos
pueden olerse, verse y traslucirse con coger el nuevo Vaporcito emancipado que
se atraca a sí mismo en la desembocadura del Guadalete, con esa Bajamar llena
de viandas ricas y turistas ávidos de mareas y marisquitos. Si solo un broche
de oro le quisiera poner sería inversiones, capital y gente con ganas de sacarle
brillo a tanto talento, tantas ganas y tanta voluntad como hay en el Puerto.
Nunca debería manifestarse nadie para pedir trabajo. Nunca para buscarse el
sustento. Pero no me extraña que lo hagan porque el Mercado de abastos está
mustio y descuidado, abandonado y quieto en su rutina pasada, rumiando como un
anciano sin dientes nuevos que le socorran para los tiempos venideros.
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