Los ojos te lagrimean
de viejo porque has visto mucha vida y sabes que se acaba. La mar no hace más
que auspiciarte reumas y artrosis en esta lucha inalcanzable por llegar a la
eternidad. Somos
tan perecederos como las ofertas de última hora del Mercadona. Y sin embargo,
nos creemos dioses. Juan , el fotógrafo de Vejer , no. Él solo se
auspicia a los pasos del andador para intentar compensar la soledad, la
tristeza y la apatía. No
sé si saben cómo es un geriátrico. Un paso hacia el Purgatorio, no por el
personal, ni las instalaciones, sino porque te desmarcas en el proceso. Te
haces a la nada para la que nacimos, berrando por entender que se nos acababa
el refugio materno, el incondicional.
Tombuctú era la palabra clave para Berlanga. Soledad es eso mismo para
esos muros que encierran cuerpos y
mentes lastradas, pero sobre todo consumismo, porque somos nosotros mismos un
producto más de esta sociedad despegada y ajena a la que nadie le importa nada.
El antiguo fotógrafo se traquetea media
ciudad embutido en una gorra de paño y unas gafas miopes que no ocultan la
rebeldía, esa misma que le llevó a trabajar de albañil en Barcelona, a hacer
fotografías por los colegios o casarse con una mujer bastante mayor que él. No tuvieron
hijos. Él lo achaca a la edad de ella y lo mismo hasta tiene razón porque ahora
se pare con más de cincuenta, pero antes era casi misión imposible. No se crean que habita en el
geriátrico por eso, que la gran mayoría- y no me refiero a los enfermos de Alzheimer
como mi madre, sino también a los que
disfrutan como él de autonomía -tienen hijos que los visitan de vez en cuando y
hasta familia política. No te conviertes
en habitante de un geriátrico porque no tengas a nadie, ni no te quieran, ni porque hayas sido mala
persona, o buena, solo porque no eres capaz de valerte por ti mismo o no
quieres estar solo o ves que la vida se ha hecho cuerda corta que amarrarse a
tu cuello. En el caso de Juan, se quedó viudo y un sobrino de su mujer le
reclamó el piso.
En el tiempo que mi madre lleva acogida he conocido muchos internos, mujeres(la
mayoría) en la sala de los enfermos de Alzhéimer que vagaban como fantasmas
entre los demás residentes como Carmen que solo tiene una hermana en el mundo, o
Lola, una vivaracha mujer que se pone a doblar manteles o a recoger servilletas
porque su vida ha consistido solo en trabajar. En esos trasiegos a ninguna
parte lo mismo bucean en esa memoria que les abandona a grandes horcajadas , excepto
en algunos gestos rutinarios. No es una enfermedad a la que se le pueda dar la
espalda, casi ninguna lo es, pero ésta destruye familias enteras. Es difícil
entenderla si la ves desde fuera. Difícil de asumir si la tienes dentro. Más
difícil aun reproducirla en los que llegan nuevos, porque tienes la suerte( no sabes bien si
llamarla así ) de que tu madre tenga el corazón de titanio y aguante el tirón
por décadas, dándote la oportunidad de conocer enfermos y familiares con los
que trabas amistad. Es tremendo- se lo aseguro-ver llegar a alguien al que la
enfermedad le ha clavado los dientes y se resiste aun a tirar la toalla, peleando
con las auxiliares, vagando por la sala como alma perdida en el limbo, entre
nervioso y colérico. Hasta que el tiempo pasa, la medicación y el hastío surten
efecto hundiéndolo en un sillón con la mirada perdida. Es terrible verlos
vegetar, perdiéndose sus mentes cada vez más en un laberinto inescrutable donde
no existe eso que nos hace tan humanos... las ganas. Juan, ya les
digo que no las ha perdido. Ni el gustarle las mujeres bonitas. Ni charlar con
los amigos. Ni esa radio que lleva en el andador subida como si fuera mascarón
de proa. Tiene bien sus piernas después de una rotura de cadera y anda más que
muchos de nosotros, que si no nos obligan no echaríamos ni un buen paso. Transita
incansable, quizás por huir de lo que se avecina…la soledad, la tristeza y la
apatía.
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