Ni los dinosaurios de
pega dan miedo por muy grandes que sean, ni las corbetas saudíes van a ser el
maná de la Bahía. Estamos atrapados por el paro, la desidia y la desesperanza.
Nadie habla de nosotros porque estamos muertos, tan abocados a la tierra como los
huesos de los fenicios. Hacemos lo que podemos por sacar cabeza pero solo
sentimos el burbujear de la olla al fuego, quemándose a poco que se menee el
caldo. Nos echan en cara que cantemos, que bailemos, que vivamos para olvidar
que estamos tan acabados como esa olla que espumaba en arameo, tanto que asustó
a los vecinos de Loreto y tuvieron que entrar(por una ventana) los bomberos
para sofocar el incendio. No lo había en realidad, sino humo espeso de ese que
te congestiona el provenir y emborrona los sueños. Ese del trabajo precario, de
la familia piando, de los niños creciendo y tú eternizándote en ese puesto de
miseria, mal pagado y muy explotado. Es una olla de boca ancha y culo estrecho,
de mucho danzar por poca pella que llevarse a los labios, tan secos que dan
pena. Estamos atrapados, porque no podemos escaparnos. Tocamos paredes y nos
asfixiamos- lentamente- al ritmo de esa quemazón que se nos lleva cutículas,
padrastros y uñas encarnadas, dejándonos la piel y palo de santo para contenernos
las ganas de tirarnos por un barranco. No hay salida…lo sabes tan bien como que
te levantas cada mañana para repetir con desgana la película de tu vida. Pero
no cejamos. No sabemos bien por qué, pero ahí estamos dando caña y metiendo
abdomen, esperando algo que cambie –radicalmente- nuestra existencia sin que
tenga que mediar la lotería , ni los rituales paganos, ni el nuevo (y rutinario)
año. Estamos mirándonos al espejo mientras la olla hierve a gusto, cocimiento
lento para darnos la sensación de hogar.
Hasta que cerramos la puerta y la dejamos puesta, ahí en su fogón natural,
asentada en su hornacina caldeada con su culo estrecho y su boca ancha. Luego
sale la humareda, pero ya hace mucho que nos fuimos cogiendo la careta del
perchero y las pocas ganas. Condujimos los pies por el asfalto, sin notar que
los vecinos llamaban a los bomberos, porque no quieren que por tu despiste se
les quemen las casas. Ya sabes la gente como es para estas cosas. Llegan ellos
que no son sacados de calendarios, sino trabajadores mal pagados y explotados igual
que tú, solo que encima agradecidos porque no son autónomos, ni desempleados,
ni precarios, ni discontinuos. Entraron por la ventana que pagaste en tres
plazos y acabaron con el dolor del cocimiento lento. A ti no te llegará más que
la notificación del suceso. Solo la vecina del segundo tuvo un buen día, porque
al pasar con la escala uno de ellos la saludó con la mano y ahora se cree enamorada.
Lo dirá a todo el mundo, incluso a ti, que nunca te ha saludado sin saber que
crees que es la más guapa de toda la barriada.
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