Los perros del Barrio
de Santa María en Cádiz ya saben lo que es morir despatarrado, con la barriga
encogida y rezando en arameo. Que te envenenen no es plato de gusto, ni cuando
es para salvarte la vida.
Ana Obregón
cuenta en “Hola” el calvario del hijo que tuvo con Lequio, ese macizo italiano
que le puso los puntos junto a las comas.
El mocetón- el hijo, que ya el padre anda de péndulo caído- ha dado
mucho que hablar hasta que el cáncer se ha entrometido.
Su madre, como las que buscan bebés en tumbas huérfanas de sepelio, ha hecho
hasta lo que no podía para salvarlo, como por ejemplo decir que ya no existe su
carrera artística. No se lo tomen a
cuenta, los del espectáculo son así, siempre esperando el foco o la alcachofa
en la puerta. No sé lo que será de la Esteban cuando coja el camino que muchos
otros tomaron, solo reflejado en revistas viejas manoseadas por archiveros de Biblioteca.
No lo sé, pero lo veremos como a Nadia, la niña que los padres vendían a
cachitos en entrevistas espectaculares y magacines de máxima audiencia haciendo
malabares con la falsedad de que se moría.
Cada fin de semana degustamos esa mezcolanza de caras famosas- y otras
que no tanto- mientras rezamos como los
perros envenenados en Santa María para que el suplicio acabe y nos lleve el
aburrimiento, el hastío o la pena, donde las Esteban y Morenos no nos
alcancen.
El
niño- ya les digo que mocetón- de la Obregón pelea con un cáncer, adobado de
veneno dosificado a gusto de los doctores americanos que no sirvieron( con su
medicina para elitistas) para salvar la vida de la más grande, porque esto es
ruleta rusa y solo da oportunidades a quien le da la gana.
No , desde luego , a perritos queridos en sus casas y envenenados en las
calles por alguien tan corroído como los ocupas de la calle Rosario que la
emprenden con desgraciados con el cielo por techo, con nocturnidad y alevosía.
Tenemos que vivir un macramé impuesto por Artista que dice no serlo,
patrocinado por los grandes capitales y ordeñado por religiones y falsos
fieles. Todos somos Nadia conviviendo con sus chulos de barrio, prostituida en
su niñez, no sexualmente, sino en su imagen, en su vida que ya tiene 14 años
para saber y asimilar lo mucho que la corrieron. No será una mocetona como el
hijo que nació predispuesto para las portadas con la Obregón luciendo barriga y
el padre emparentado con la realeza. Sin embargo, algo tienen igual, como los
perros envenenados, los ocupas de la calle Rosario y todos nosotros…que nos da
la luz del sol en la pupila abierta. Nadie vivirá eternamente. Nadie heredara
el Planeta más que las envenenadoras que viven en las tuberías y que nos
visitan de noche para robarnos el sueño. Pobre perros, pobres madres con tumbas
sin muerto.
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