Han inventado unas
abrazaderas para los muslos ( en tejido sintético) para preservarlos de las
incomodas rozaduras. Es a los nuevos tiempos, lo que antes los polvos de talco
de la abuela. Y así en todo. No se adelanta en erradicar el cáncer, seguramente
porque no se ponen todos los fondos a su empeño, pero en cambio en lo que se
traduce en dinero rápido nos damos paradas en el culo para hacerlo. No importa
el futuro, solo la apariencia y el presente. Las niñas cogen carrerilla sin
pasar por los calcetines, naciendo abocadas a ser mujeres deseables.
El menor que quemó el hábitat de los camaleones con total ignorancia de
lo que hacía- o es más sin importarle un
ápice- no ha trastocado su futuro sino que le ha dado con el subrayador para
que sea más inconfundible. Parece que todo da igual, que nada va a cambiar en
ese destino conjunto que nos hemos impuesto como sociedad y como especie. Ya no
miramos a la Luna más que para fotografiarla, nunca para colonizar, prosperar y
anclar en sus lomos pétreos anuncios de Coca-Cola. No creo en la especie
elegida para la gloria, excepto cuando veo entrega individual, porque es
difícil creer cuando naciste sin la fe incorporada. El mundo nos arrebata las
creencias, nos las machaca y evapora como la marea tras un día de agotador
calor sobre las espumas. Los
muslos pueden estar tranquilos porque los de Amazon ya se han preocupado de
ellos, de todo realmente porque no hay bagatela que no vendan, ni lugar al que
no lleguen. Prima el consumismo, el prosperar entendido en igualar a los demás
y luego coger carrerilla , lo que nos lleva a aguantar, rechinar dientes y
seguir en la mágica rueda que solo gira para agotarnos y llevarnos al matadero.
Muchos deberían visitar un geriátrico y adivinar cuáles fueron los más
queridos, cuáles los más ricos, cuáles los más avispados, porque la edad, el
tiempo y la senilidad han igualado todo en vendas, limitaciones y pañales de
adulto. Corremos como desesperados para llegar a la casilla de salida, sin que
haya más que ese final del juego. No les critico, me amparo en ustedes. Siempre
quiero llegar al final, cuando leo algo que me gusta, sin darme cuenta que como
Ulises en el viaje está lo mejor y que la llegada a casa solo trae problemas y
desavenencias. No acaba la historia cuando abraza a su mujer y a su hijo, sino que
debe liberar su casa, reconstruirla y prepararse para la próxima guerra. No
acaba la vida en un geriátrico sino que comienza, con horas establecidas,
pastillas para todo y gente que entra y sale sin billete de vuelta. El menor que ha quemado pasto y
propiedades, ha comenzado el calvario de la edad adulta sin que le guíen buenas
manos, ni nadie reme en su barca, ni le lleve a buen puerto, porque tiene 17 y
a esa edad no debería estar con los amigachos prendiendo fuego -ni gamberreando-
hasta que acabe quemado, sino estudiando bachillerato para ir a la Uni a
sacarse las muelas del juicio. Porque hay muchos caminos, aunque todos terminen
en la misma casilla de salida, siendo el
viaje el incentivo. Las abrazaderas para
muslos solo son buenas si te permiten buscar soluciones pateándote la vida,
porque te sudan. Todo el cuerpo te suda.
Da igual que sean de tela de visillo o en bonitos encajes, por si
alguien te sube las faldas. Están hechos para aguantar, como los polvos de
talco y el serrín que tragaba lo que hiciera falta. Como los que pateamos,
doblamos y esclavizamos al sudor, la frustración y la agonía para hacerla
nuestra machacándola e integrándola en nuestro ADN. Puede
que terminemos en el mismo lugar, pero antes vamos a quemar – no a pobres
camaleones en peligro de extinción con bobería de gamberro- sino la
intransigencia, el desprecio, la superioridad
y la mala leche. Vamos
a desterrar el miedo y la indiferencia. Luego nos dará todo igual y vegetaremos
pegados a una ventana viendo los días llegar, hechos unos viejos destartalados.
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