viernes, 19 de enero de 2018

TÍMIDA PRESENCIA

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Te joroba que te den la patada, pero más si te la pegan en los bajos. Ser mujer no es un intento, sino un trabajo. Constante porque nunca cesa. Ni tras once años de demostrar que puedes hacerlo tan bien o mejor que ellos.                                                                            Las costaleras portuenses de dos antiguas Hermandades han visto sus barbas pelar porque les han dado la carta de despido de algo que- perdónenme ustedes- no haría ni pagándome.                                                                                                                         Tiene un componente fedatario no hay duda , porque si no quién en su sano juicio se metería a cargar tantos kilos sobre los morrillos.                                                                          Hubo un programa de estos de docu-periodismo donde una reportera se proponía hacerlo y ya les digo que lo hizo, pero a costa de luxarse medio cuello.                                             No es por tanto desfilar, ni ponerse una medalla, es sufrimiento y devoción cogidos por las solapas.                                                                                                                      Entendería que las largaran si no pudieran hacerlo, pero llevan once años en ello.                      Ha cambiado la titularidad de los capataces y se ha evaporado el buen rollo, la igualdad y la hermandad porque le hemos puesto vaginas por delante. No es nuevo, antes las mujeres no podían estar al mando de las Hermanes, ni pregonar, ni salir más que de penitencia porque eso era su vida…Penar si les pegaban, aguantarse en casa teniendo hijos o que le pregunten como a la Machi si no tiene descendencia por su carrera. Somos maquinitas de dar pacer y engendrar hijos, la doble cara de la moneda en que nos crucifican los machistas. Y si nos salimos del plato les rascamos el fondillo testicular , regalándole una peineta exportable. Así que niñas a coser y no a cargar que los pasos son cosa seria, porque si llevas once años demostrando calidad y buenos méritos , se la repampinfla a los capataces. Ya es hora de que te vayas a casa, que los cargadores son todos varones y masculados se quedan. No se quejen -ni den ruedas de prensa -que solamente es una tímida presencia, que se ha quedado en dos cargadoras protestando y las demás callando como nos enseñaron nuestras abuelas.                                                      Cuando yo era niña no te dejaban ser penitenta, ni nazarena, porque nos estaba asignado ir tras la Virgen de penitencia. Qué bonitas las mantillas, qué lindos los tacones puntiagudos o los pies descalzos que para el trote y las paradas son hermanos, porque se te clavan los unos en el calcáneo y las porquerías en la planta desnuda, agujereándotela. Porque hemos venido a sufrir un calvario porque fuimos el origen del pecado. Pero háganme caso, cambiamos. Transmutamos como los reptiles para hacernos mejores y más fuertes. Sin tener que cambiar de sexo, solo demostrando que cargamos los kilos igual que los demás porque es con fuerza y quizás con esa fe que tan poco entiendo. No con vaginas, ni con úteros. Con esfuerzo. Pudiendo. Quizás por lo que llevas sobre el cuello, porque crees en ello. Las trabajaderas no entienden de vientres bajos, solo de levantás . Tras las bambalinas no hay más que resuellos.

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