
La mujer de sesenta que
fue agredida por un utrerano de 23, llevará dobles férulas porque le ha roto
las dos muñecas. No es un final feliz porque no existen, ni la justicia repara lo
que está definitivamente machacado.
Se nos muere la esperanza a cachos enormes, porque nos desangramos en
esta vida que no es más que un patear incesantemente. El
utrerano probará la trena y ella se dolerá- quizás de por vida- de esas roturas
que dejan huella. Debe ser que nos pasa
factura el final del colegio amargándonos de igual modo que nos alivia. Al
no ser profesores, los padres que sufrimos de hijos menores no vemos la ventaja
en un verano que nos agrieta las horas teniendo que hacer lo mismo que hacíamos
mientras ellos estaban en el colegio, pero ahora además con ellos de
actividades presentes. Buscamos soluciones. Por ello a la puerta de los
colegios- solo es llegar primeros de junio -ya nos ofrecen desde cursos de
pastelerías infantiles hasta enseñarles a ser los científicos del futuro. Nunca
llego al punto de saber si lo que buscamos es tener niños perfectos o quizás
quitárnoslos de en medio. No me aclaro- se lo confieso- si cuando los padres chillan
como una sola voz primitiva en un partido de baloncesto es porque desean que
sus hijos ganen o para que los otros pierdan. Tampoco
voy muy allá de esas amistades de banquillo, esas cenas y barbacoas que se
gestan como uñas y carne que luego se volatilizan solo los niños suben a otra
categoría o cambian de primaria a secundaria. No
soy mucho de temporalidades, más bien de décadas necesarias, porque todo me
cuesta. Abrirme y cerrar puertas, ser auténtica. Me
falta tiempo para ser yo misma, porque lo secundario abunda y las horas se te
van en llevarlos a colegios y extraescolares, en hacerlos mayores para que te
dejen tirada. No es que quiera tenerlos atados a mi
yugo, ni ser futura carga, es solo que la vida me altera porque ella sí que
hace lo que le viene la gana.
Este ha sido un año difícil que comenzó en mayo del pasado cortándome la
yugular y dejándome con la corbata colombiana al viento. Inició con dolor
amortiguado por las vacaciones anticipadas, que no lo fueron …Los niños a su
manera y yo doblándome por las esquinas. Pasamos a un principio de curso que se
nos hizo eterno, cuando nunca nos había costado nada. Al fin hemos acabado, pero no lo parece porque
no somos los mismos que cuando lo empezamos. No tengo -como otras veces- el
aliento ya salado por la proximidad de la arena de playa, ni el viento de
levante presente en la mirada. No me cogen por la mano para que no salga
volando, porque hundo mis plantas en la miseria más oscura. No
sé bien si el rugido que sale de las gargantas de los padres cuando los niños se
la juegan en la cancha es animal o tan ancestral que se pierde en la memoria de
los tiempos. Pero da miedo. Como las amistades cotidianas, como la
verbalización que nos impregna el cuerpo cuando pasan los meses y nos
deshacemos en esta vida que es tan perra. Un
utrerano ha partido las dos muñecas a una mujer de sesenta, como Mayka, que ya no leerá, ni bailará, ni vivirá para
siempre. Como los veranos que se inician para morir al sol, en una playa con
vigilantes apalabrados. Como nosotros que sin conocemos somos tan afines que nos
buscamos en párrafos sueltos, en iguales inquietudes, en tristezas que son
verdades y nos nutren más que los juicios ganados de la Esteban o una fábrica
inagotable de tonterías. Somos almas parejas, que aún no han llegado a
conocerse, rulando en un mundo que gira para marearnos y hacernos perder el
equilibrio. Pero juntos prevaleceremos .
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