Mi padre siempre fue
hombre activo, pero la edad se le ha echado a la chepa aficionándolo al plasma.
Se me queja de la corrupción y los marujeos porque siempre prefirió el trabajo
que sentarse a verlas venir.
Solo lo vi
feliz cabalgando sobre las olas, con más de cuarenta, cabreando a mi madre por
su afición tardía al wind surf. No había levante que no tragáramos, ni camping
que no pateáramos. Yo prefería las piscinas, él las playas. Ahora con más de
ochenta lucidos en sus recuerdos, se pasa las tardes viendo elucubrar a ociosos
de la palabra- y los gestos- que jamás sabrán lo que es doblar la espalda- ni
peregrinar- para llevártelo calentito a casa. Es
postureo y compañía lo que dan a plazos contados en los pixeles enlatados. Es la vida de los
demás- retransmitida- lo que a muchos les da tono, porque les hace sentirse
amados y en compañía. Es el negocio del siglo, más que los crucerista de
pulsera o el comercio de toda la vida. Más que el turismo de botellón o la
prostitución encubierta. Manos limpias y mucha jeta y pasárselo bien a costa de
hinchar las cuentas corrientes que no hay como nacer con blandura cerebral y
muy poca vergüenza para hacerse político de comisiones o actriz de reality
encubierta.
La vida nos fagocita sin
importarle apenas quiénes fuimos o qué hicimos de bueno o malo, porque al final
nos endosan pañales y no somos más que bebés ancianos apalancados en una
residencia. No
entiendo que nadie quiera perpetuar la tragedia haciéndose eterno, porque si la
vida fuera justa no morirían los grandes tragándose a sí mismos como Urano,
comiéndose a bocados lentos mientras desvarían, enloquecen o simplemente se desintegran
a cachos. Morirían como héroes, fulminados, sin dolor sino con gloria.
Mi padre tiene más de ochenta y está todo lo bien que se puede estar
cuando te has llevado toda la vida trabajando. Ya no hay arena acariciando las
plantas de sus pies, ni agua azul marina golpeando la proa de su tabla. La
bicicleta sobre la que serpenteaba medio Cádiz yace espatarrada – ahora- en el
hueco de su casa puerta. Y de las motos que una vez fue pasajero gozoso ya no
quedan ni los recuerdos. La
vida poco a poco se le ha ido deslizando entre los dedos. Afortunadamente no se
ha dado cuenta, porque aún sueña con hipotéticas empresas.
Nos hablamos mucho mientras discutimos porque él prefiere las playas y
yo las piscinas, pero aun así nos reflejamos en una vida en la que naces en las
charcas que te tocan en el sorteo. Nos escandaliza de igual modo que haya tanto
trampero en este mundo en el que la tecnología es un dios inmemorial y las
catacumbas romanas solo escenario real en las que soltar a un puñado de
turistas.
Ha visto por las arrugas de sus ojos pasar alcaldes y autoridades, gente
familiar y familiares. De todo calla porque guardar silencio y mascullar son sus
artes ancestrales. Tampoco yo soy muy charlatana, más que cuando no digo nada
sino que parloteo como gallina untada de verborrea. Me hice a navajadas clavada
en el asiento de atrás de su peripecia, siempre observante intentando disimular
mi mucha fuerza. No soy macho de corral sino ave pasajera que transmuta porque
mi género me da libertad y conciencia. No me asquean ni los corruptos , ni los
carotas, tampoco los desgraciados que se creen que la vida es telenovela, como
mucho me enternece que aun quede alguien que no vea que solo somos polvo del
mañana pegado a las epiteliales.
Nunca he sido muy activa, ni nada aventurera, no cabalgo olas sino
emociones hormonadas. Supongo que por eso nunca he sido el orgullo de nadie.
Mejor para mí porque ese tipo de presiones lacra y te mete viajes no
precisamente astrales. Seguimos hablando cada día, él de playas y yo de
piscinas, mientras somos naturalmente distantes, mínimamente afectivos.
Planetas con polos simétricos orbitando
en una misma vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario