viernes, 28 de abril de 2017

LIVIA

Un hallazgo en el Museo de Cádiz permite unir la cabeza y el cuerpo de una estatua romana

Hay veces que perdemos la cabeza, pero Livia no. Ella había perdido el cuerpo.                                          No es una cosa extraña para una estatua romana, lo raro es que aún persistan cuando lo nuestro se hará polvo etéreo.                                                                                                             El levante arrastra nuestras epiteliales y nuestros sueños, pero los museos se asientan en la historia –inamovibles- como losas sobre las que escribir epopeyas.                                                  No sé si será real o producto de quien lo ha escrito, de los que sobreviven -como ella, que vivió más que hijos y nietos -porque se aferran al poder, como la Trump con uñas y dientes.                                                                                                                                         Mujeres fuertes siempre las ha habido solo -que como Ivana- se esconden tras el cristal opaco de una toga imperial.                                                                                                        Livia no era una mosquita muerta, más bien lo que llamaríamos una arpía- prevalente y descarada patricia romana- de una época en que los maridos dictaban tu vida.                                   Y sin embargo, tomó el tren del imperio en cuanto se le cruzó Octavio- que estaba casado como ella, aunque no embarazado- porque la ambición la llamaba con nombre propio. En la prensa rosa de su vida- escribas e historiadores- hubo tantas maledicencias que han llegado hasta nuestros días, incluido el propio chisme de que su marido consintió en este apaño porque le interesaba políticamente. Si fuera ahora les aseguro que “Sálvame” se ponía las botas y saldrían por semanas familiares lejanos, funcionarios romanos y hasta algún guardia pretoriano , en el “de Luxe” o con el polígrafo. Lástima para Mediaset que el filón hace mucho que se lo quitaron, porque a soñar que se echaran no encontraban otro culebrón como éste con marido despechado – pero mantenido en política y sin perjuicio físico- la mujer preñada, el otro en la palestra y toda la familia política metiéndose caña. Pero bueno al menos Livia ha encontrado su estabilidad, que está muy feo ir por ahí desmembrada o destorsada, con la cabeza por una parte y el cuerpo presente por otra. Que les voy a decir una cosa, porque es una estatua, que si no me sentiría muy identificada que no hay día que esté pensando en una cosa y haciendo otra, que se me queman los artículos y los garbanzos me salen duros, los niños a cuestas de la espalda virtual y los sueños apalancados en la rabadilla del tiempo. Livia era un prototipo a lo Ivana Trump, pero masterizada. Si hubiera sido hombre hubiera machacado la historia revolviéndola a contrapecho.                                                 Lo hizo, pero desde atrás. No montando igual sino rodeándola, que es como mucho lo que a veces nos dejan hacer los que manejan el cotarro. Luego nos travestimos de piedra y no levantamos cabeza porque el cuerpo nos lo han escondido en un almacén y no hay manera de ligar dos pasos. Seremos emperatrices sin vocación de segundonas por décadas, sobrevivientes de holocaustos cotidianos.                                                                                                             Livia en cambio – feliz ella , reencontrada en su totalidad- no cogerá polvo porque la tendrán limpia y aseadita, en su pedestal hilvanado de hombres que la odiaron hasta desquiciar su memoria. 

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