Hay veces que perdemos
la cabeza, pero Livia no. Ella había perdido el cuerpo. No es
una cosa extraña para una estatua romana, lo raro es que aún persistan cuando
lo nuestro se hará polvo etéreo.
El
levante arrastra nuestras epiteliales y nuestros sueños, pero los museos se
asientan en la historia –inamovibles- como losas sobre las que escribir
epopeyas.
No sé si será real o producto de quien lo ha escrito, de los que
sobreviven -como ella, que vivió más que hijos y nietos -porque se aferran al poder,
como la Trump con uñas y dientes.
Mujeres
fuertes siempre las ha habido solo -que como Ivana- se esconden tras el cristal
opaco de una toga imperial.
Livia no era
una mosquita muerta, más bien lo que llamaríamos una arpía- prevalente y
descarada patricia romana- de una época en que los maridos dictaban tu
vida. Y
sin embargo, tomó el tren del imperio en cuanto se le cruzó Octavio- que estaba
casado como ella, aunque no embarazado- porque la ambición la llamaba con
nombre propio. En la prensa rosa de su vida- escribas e historiadores- hubo
tantas maledicencias que han llegado hasta nuestros días, incluido el propio
chisme de que su marido consintió en este apaño porque le interesaba
políticamente. Si fuera ahora les aseguro que “Sálvame” se ponía las botas y
saldrían por semanas familiares lejanos, funcionarios romanos y hasta algún
guardia pretoriano , en el “de Luxe” o con el polígrafo. Lástima para Mediaset
que el filón hace mucho que se lo quitaron, porque a soñar que se echaran no
encontraban otro culebrón como éste con marido despechado – pero mantenido en
política y sin perjuicio físico- la mujer preñada, el otro en la palestra y
toda la familia política metiéndose caña. Pero bueno al menos Livia ha
encontrado su estabilidad, que está muy feo ir por ahí desmembrada o
destorsada, con la cabeza por una parte y el cuerpo presente por otra. Que les
voy a decir una cosa, porque es una estatua, que si no me sentiría muy
identificada que no hay día que esté pensando en una cosa y haciendo otra, que
se me queman los artículos y los garbanzos me salen duros, los niños a cuestas
de la espalda virtual y los sueños apalancados en la rabadilla del tiempo.
Livia era un prototipo a lo Ivana Trump, pero masterizada. Si hubiera sido
hombre hubiera machacado la historia revolviéndola a contrapecho. Lo
hizo, pero desde atrás. No montando igual sino rodeándola, que es como mucho lo
que a veces nos dejan hacer los que manejan el cotarro. Luego nos travestimos
de piedra y no levantamos cabeza porque el cuerpo nos lo han escondido en un
almacén y no hay manera de ligar dos pasos. Seremos emperatrices sin vocación
de segundonas por décadas, sobrevivientes de holocaustos cotidianos.
Livia en cambio – feliz ella , reencontrada en su totalidad- no cogerá
polvo porque la tendrán limpia y aseadita, en su pedestal hilvanado de hombres
que la odiaron hasta desquiciar su memoria.
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