Las estadísticas no
mienten, el treinta por ciento de los conductores se drogan. Ayer mismo nos dimos de
morros con un control de la Guardia civil, con dos agentes que solo miraban,
más derechos que una vela nueva. El
prenda que iba delante, solo pasarlos, empezó a rebuscar en la guantera como si
le fuera la vida, preguntándose mis hijos qué hacía porque veían- con
intranquilidad -como el coche cabeceaba.
Ahora vienen épocas de carnavales, de
etilismos incontrolados y de otras “cositas” que toma la gente como si fueran
agua bendita. Luego las madres lloramos
e intentamos explicar que eso es lo normal, aunque conduzcas un autobús
escolar. Pero normal es una raspa, no conducir hasta los morros de drogas.
Mientras algunos campan por las carreteras poniéndonos en peligro para
suavizarse la cotidianeidad, otros descubren un nuevo sistema solar, pensando
que puede haber hasta alienígenas, ¿No les parece una incongruencia de nuestra
especie maldita?. Nunca les entenderé, no a los que se pasan la vida intentando
mirar más allá de sus propias pupilas, sino a los que no miran más allá de los
limpiacristales de las lunas de sus balas. Porque son balas disparadas, se lo
digo yo, hacia nuestro futuro, hacia la movilidad de nuestras piernas, hacia
todo aquello que amamos o atesoramos sin que nos quepa en las yemas de los
dedos. Fíjense que intento hilar fino y me importa un haba lo que se hagan
ellos, que fijaron las metas de sus vidas en pasarlo bien o en la inconsciencia
del momento. Pero me joroba -en noruego palatino- que tomen cosas que no son
suyas por echarse en el gaznate la vivacidad de un momento en que descartan la
seguridad de todos los que nos encontramos con ellos. Yo iba tras el menda que se acojonó
cuando vio a los civiles. Yo iba con el seguro en regla, las luces del coche nuevas,
los niños y yo agarrados con los cinturones
y los sillones reglamentarios. Pero aún así, si ese prenda hubiera ido en contramano
a mi destino , por esas casualidades de la vida que nos machacan para los
restos , lo mismo hoy no se lo contaba a ustedes, que me aguantan tantos ratos
que ya somos íntimos. Y lo mismo les puede pasar cuando vayan por su acera, no
olviden a Mari Sampere que la atropellaron así, y pese a su gran humanidad, paso lastrada sus últimos años de existencia.
Somos perecederos de vida, gastadores de emociones y liberadores de nuestra
propia existencia, pero no de la de los demás que cabalgan en contra nuestra
por pasos de peatones, por carreteras secundarias o por controles de alcoholemia.
Beban, fúmense, o métanse lo que les dé la gana , pero no se suban a un vehículo,
sino que quédense gozándola en tierra y cáiganse, desmáyense, babeen y córranse,
como yeguas libres de toda ligadura que el hoy no es mañana todavía, pero en
tierra, que somos humanos de dos patas y no de cuatro ruedas.
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