viernes, 3 de febrero de 2017

DE FANTASMAS

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Antes “la Sombra” era el fantasma oficial de la casa; apagaba luces, era el último en acostarse arropando a todo el mundo o recogía al rebaño mayor si se enfrascaban en charlas virtuales, por medio mundo. Cuando se fue sin ganas, quedó el puesto vacante y -sin darme cuenta, ante la falta de candidatos- me lo han dieron por la callada.                            Apago luces que se encienden como por arte de magia, me acuesto la última y me levanto la primera. Sé de todo y de nada para ayudar en tareas de primaria que perfeccioné con mis hijos mayores y que -por jubileo de los cuarenta soles- debo reiniciar por no haber pasado esa fase del juego.                                                                                 En todas las casas hay un fantasma, divertido o soñador, estricto o educado.                         “La Sombra” barrenaba quejándose de que a sus cincuenta cada día tenía más obligaciones. Era cierto, de hecho se me estrechan ahora las espaldas y pienso cuándo seré libre de hacer lo que me dé la gana. La vida de los padres actuales es tragicomedia, sin héroes picarescos, ni Celestinas amaneradas. Lo más, amigas que te atraviesa y no siempre con la mirada. Pero hasta eso, fíjense bien, es perecedero, porque la hormonación da la rabia y la vida y el tonteo, y cuando ya no está, escancias esencia de amargura , que, en mi caso es natural porque “la Sombra” falta y se la echa demasiado de menos y eso mata. Hay días que se levantan oscuros y los fantasmas que poblamos la Tierra nos volvemos opacos de pura lagrima; Otros que nos transparentamos en gradas de polideportivos cuando el partido nos desagrada o nuestra simiente no marca. Hay ovaciones que no nos llegan, premios que no son dicen nada y gente que nos rodea que son de papel de estraza. Hay mucha vida por vivir , pero sin compañía que se precie es vana. Pero como los fantasmas no pueden desistir de sus funciones porque solo el amor los lacra, aquí seguimos levantándonos cuando el sol descansa, con niños afeitados y menores que casi nos alcanzan en la talla, madre de tres al cuarto que solo crece a caderas izadas. No sabemos a dónde vamos, ni si habrá un mañana, porque los fantasmas somos atemporales, pegados a la faena diaria que es hacer caminos invisibles sin baldosas de plata. Solo pan y chorizo en los bocadillos , luego robados por las gaviotas en los patios de recreo abandonados, cachondeándose de nosotras que no graznamos .                                                                                                                                        “La Sombra” sabía mucho de la vida porque hablaba con el corazón y los sentimientos, porque cuidaba a los suyos como guardián de hierro. Quizás aún lo haga, al menos debería, porque los buenos son tan escasos que deberían tener bonus de vidas futuras donde los mares fueran infinitos y las arenas soleadas. Atemporalidades cotidianas, versículos alterados a la puerta de una ducha que gasta demasiado butano, pasos encaminados a un colegio que ya culmina su ciclo con niños largos de talle y corazones robados.

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