Es más fácil culpar a un drogadicto o una
mangante sin guantes, que a un señor enchaquetado de verborrea fácil. Es más
fácil entrar en la cárcel si tienes los dientes podridos y vienes de barrios
bajos.
Los
señores que mangan millones por la careta se jactan de ello con presencia
periodística, sacándonos los colores a los que nos levantamos a las siete de la
mañana para que no se nos corte la leche agria. Somos
un país de alucinados por las noticias, de jobianos a toda regla, creedores de
que ya nada puede ir a peor, cuando se nos cruza otro escándalo a pie de
titular a cada rato.
No son siglas políticas sino sinvergüenzas de manga ancha, de entrar y
salir a prisiones, de enmendar cabezas y de dar exclusivas con trajes de Armani
y pisos en Ginebra. Mientras los demás los vemos, unos con incredulidad, otros
con resignación y algunos con envidia por no tener la facilidad de ellos para
hacer de su capa un cortijo en Marbella. Criticamos
a un abogado que quiere hacer efectiva la ley de memoria histórica poniéndolo
de trepa y no nos sofoca la vergüenza de ver tanto manco llevándoselo a dos
manos.
No nos escarnece esta aptitud que tenemos de pasotismo cabalgante, de
teclear para nada, de verbalizar y rivalizar por ver quién se lleva el mejor
comentario, a quién aplauden más y le echan una sardinilla en la boca.
Lo único bueno , la temporalidad , no de los eventuales, carne de cañón
de la economía y los grandes mangantes que la dirigen desde polichinelas , sino
de que la lluvia se lo lleva todo dejándonos los huesos pelados y secos. Nadie
se quedará para vestir santos eternamente, ni para asistir a las misas en la
capilla carcelaria, ni para ir a Ginebra a esquiar, ni para dar sobornos por la
trasera. Nadie
sobrevivirá para alterar el ciclo gravitacional de Marte y vernos desmembrarnos
por el espacio. Por
eso quizás las patochadas son más divertidas en Sálvame que en las noticias de
las nueve, porque un mangante es igual que una siliconada que se acuesta con
cualquier famoso que se la menee. No
se me rallen por la discriminación sexual que también habrá mangantas disfrazadas
de altos cargos y musculitos con imágenes y wassap para transportarlo al sillón
papal del polideluxe.
Pero aun así, siendo detestables porque viven de la carroña, al menos
sacan jugo a su cuerpo, a su desgracia o a la victoria de coincidir en tiempo
real con el famosete de turno. Los otros, los mangantes de nivel, lo único que
haces es medrar al amparo de su sinvergüencería.
Correas de medir siempre las hubo, para unos y otros , para gente con
estilo que van a bodas de lujo y para desgraciados que intentan atracar en la
plaza Candelaria, a los que cogen y ponen a las puertas de prisión porque
tienen antecedentes penales.
Que no digo que esté bien, sino que era previsible y palpable, como el
tiempo y el hambre, la mierda de la droga y los desgraciados que se la hincan
en vena. También puede
que sean unos yonkis del dinero los de la chaqueta, los que se perfilan el pelo
con vaselina y llevan a sus mujeres como trofeos , para que vean lo alto que
han llegado con las mordidas tipo zombi en las nalgas de los vivos. Ya ven,
solo usando la inventiva, la capacidad de robar el dinero de todos, con
comisiones al 3 por ciento.
Ya ven si no es más fácil culpar a un drogadicto que a un hombre aseado,
engominado y que pide orinar, sabiamente, porque el infeliz está saeteado por
los focos y la prensa, sin que Kiko Matamoros lo bautice, ni Mila Ximénez lo
atranque con su parafernalia lingual, de las cuatro de la tarde.
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