María cogió un folio
del cuaderno del niño y escribió cuatro garabatos con manos rápidas, porque el
presunto estaba de guardia como siempre, agazapado en la cocina. Luego lo metió -como sin querer-
en el libro de texto del niño y esperó,
como se espera la dicha infinita.
No le dijo nada al niño
para preservarlo. No dijo nada a las vecinas, que lo mismo algo se suponían
cuando pasaba agazapada con los ojos sin vida, tras unas gafas negras aun
lloviendo a mares.
Confió
solo en ella, en la Señorita Manuela, tan joven y tan lista, con esa sonrisa
optimista y su dentadura perfecta. No la defraudó, porque al poco
llegó del colegio cita para tutoría. Era inexcusable,
lo ponía bien clarito, así que el presunto no pudo dar carpetazo y dejarla en
casa, encerrada. Fueron
los dos, ella con el alma encogida, los zapatos de la comunión del niño y el
traje de los domingos. Luego los separaron con elegancia para que el presunto
no se mosqueara y la liara como era su estilo, que ya había dado algunas
trazas, con su mirada oscura y sus ojos despectivos.
Ella dio testimonio protegida por los profesores y los agentes de la policía,
que había sido alertados por la señorita Manuela, solo había sido leer su nota.
Ahora
están separados, por una orden judicial de alejamiento, el presunto y ella. La policía insiste mucho en
que solo es un presunto, que no ha hecho nada hasta que se demuestre ante un
juez y el dictamine sentencia, pero la nota de papel no piensa lo mismo, porque
cómo hay que estar de jorobada, por no decir jodida, para tener que pedir ayuda
con unas líneas que no sabes si leerá la tutora de tu hijo, si hará algo al
respecto, si llamará al director o la tirará directamente a la papelera. Qué
incertidumbre debió pasar, qué agonía, que sufrimiento, en silencio, esperando
a ver qué pasaba en su vida. Ahora hay que esperar juicio, hay que temer al
presunto, hay que mirar por la mirilla, hay que protegerse porque la corriente
arrastra aunque no quieres y luego los presuntos- ya culpabilizados- se escapan
entre los dedos matando, vulnerando órdenes de alejamiento y resoluciones
judiciales. Porque
matan y escarnecen, dejando a los hijos mensajes subliminales de que el macho puede
porque lo es, matador de plaza doméstica, agazapado en la sombra de una normalidad
, una casa y una familia, con un poder absoluto hasta que la sociedad le para,
le condena y le hace visible. Entonces es en muchos casos el suicido compartido
con la pareja asesinada la última palabra en el desierto de una vida amargada,
vaciada en la sustancia que es doler a otro que juraste amar , más que a tu
vida misma. Ha sido una
nota y una tutora, la casualidad de que no se le cayera al niño, de que no acabase
en la papelera, los que han salvado a una madre y a un crío. Luego está el
presunto, presumido.
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