El orgullo de papá no
puede tener fallos. Debe destacar en el cole o quizás en el deporte asignado,
por tirabuzones.
Si quieren
saber cómo medir la temperatura a más de uno, vayan a ver los partidos de sus
hijos . Hay de todo, como en la parafarmacia, pero más de los sublevados, que
no por ser baloncesto o gimnasia rítmica, se salva el arbitro del aquelarre
verbal y gestual. En
las gradas ya no hay amigos o vecinos, tampoco compañeros de colegio. En las
gradas solo hay asesinos de lenguas viperinas, disidentes y opositores, a todo
lo que no sea que el parido por sus genes, es pura alegoría.
Hay pequeños Casillas de metro veinte que andan con pies de puntillas
como si fueran una garza y los papás, entusiasmados, dan codazos fácticos para
retratarlos e inmortalizar la escena.
Hay malandrones que chillan hasta quedarse afónicos y terapias que consisten
en llamarle de todo al sufridor de negro. Mucho trabajo usurpado a
"Vallejos Najeras" , diluyéndose por los escalones de los pabellones
deportivos.
Es igual que en el colegio, que hay quien saca pecho de cualquier
parcial, con "el mío es el que ha sacado más nota", saliéndole el
perejil en la frente en cuanto en el siguiente pega , el niño el
pechugazo.
En los deportes ya se riza el rizo, porque los padres se lo toman como
si fuera de vida o muerte y pelean, por pelear, quitándose la mala baba
acumulada , con los entrenadores, los árbitros, los jueces y los padres de los
otros niños, que desde la cancha los miran , vía levantamiento de cabeza y
asustados, como si fueran de otro planeta. Y es que el reproducirse es lo que
tiene , que crees que eres Dios en la tierra y que ese ser que era poco más que
un guiñapo cárnico cuando te lo dieron entre babetas y logotipos de la seguridad
social, ahora es todo tu mundo vestido con los colores de tu equipo. Por eso
berreas como carnero en celo, cuando no mete lo que para ti , que en tu
puñetera vida has metido nada que no sea un intro en el teclado del ordenador, estaba cantado. Y gimes y no lloras casi de
casualidad, no llegando a los extremos de otros que se encabritan y saltan de
las gradas para irse hasta el banquillo de los que juegan, con la finalidad de
insultar al que no ha hecho justo lo que él tantas veces le ha dicho en secretillo.
Es un juego, ya ven, pero los mayores no lo entienden, ellos sí, que después de
acabar dan lecciones de compañerismo abrazándose, con buen juego y deportividad , felicitando a los que han
ganado o no cebándose con los que han perdido. El calvorota no, porque ése con
hacer llorar a la criatura porque no mete tanto, ya le sobra, luego se solazará
menospreciando a los demás, todo sea que el orgullo de papá quede por encima.
Aborrezco la competitividad de quienes necesitan ganar a costa de todo.
ResponderEliminarUn saludo