Hay un cruce por la
avenida de Portugal , viniendo de comerte el sol en Santa maría del mar , que
esquinea con Atela. Es comienzo de Bahía Blanca con una tienda de lo más pija
que reverdea a la Avenida, guiñándole el ojo a tiendecillas que sestean la
crisis con productos de bajar de casa y no pisar un supermercado. Hay una
tienda de libros y revistas, una pescadería y un ultramarinos chino. El otro
que los enfrentaba, con su dueño, delgado y clavo, saliéndose a la acera para fumarse
un pitillo, ya quebró, lastima de hombre , que no podía permitirse derrochar
más sonrisas, ni ser más amable. Entre ellos están dos deambuladores
cronificados con el ambiente, el limosnero y el vendedor de la ONCE, cada uno
en su sitio de guardia, auspiciando cómo levantará la cara , el nuevo día. El
limosnero pone cara de pena que es lo suyo y espera agazapado, enguantado en un
salidero del edificio, donde ocupa su patrimonio, un platillo con céntimos y un
hatillo. Si coges de la mano el barrio que en tiempos fue nobleza, se te apergaminan
los pies, se te deslucen los ojos y solo ves crisis por cada casapuerta. No
importa que sigan los edificios mirando a las alturas, ni los minichalecitos en
una Cádiz que no se los puede permitir , por el corto espacio que da resuello
entre su cuello y su camisa. Han envejecido y los carteles ausentes de “se
vende”, alternan con parroquianos mayores y maltrechos. Si te coges de la mano
y paseas, verás que los zapatos se revenden, al ponerle suelas, porque la gente
no va a recogerlos y que “el todo a un euro”, malvive en su ignorancia mediática.
Las tiendas pijeras de doscientos y trescientos la prenda, están fuera de juego
y la cafetería señorial de terraza , pega puñaladas con cafés a tres euros. Son
las losas , adoquines , que se quedan pegados al recuerdo y los sábados por la
tarde , paridero de olvidos y desdenes , en una solitaria avanzadilla de
la nada , que es pasear solo con tu soledad
a cuestas. Por el hueco de una ventana de un adosado, lujo de otros tiempos, se
va haciendo la tarde , que cae pronto , porque al cambiar los horarios nos
desubicamos y ya no sabemos , ni cuando empieza el día , ni cuando termina la
noche. Por un hueco de ventana , se ve una anciana trasteando en la cocina y
tras ella se presiente una sombra , con la que habla en voz muy baja. Es el
futuro que acecha, es la estampa, es la vida que decrece o estalla , como los
ganglios externos de las axilas, que nos devora por dentro sin que nos demos
cuenta , porque el paseo , la marcha, ha sido un despojarse de la camisa, un
ver al limosnero correr tras una propina y cruzar calle y saltarse la
prevención e incluso regalar al cielo , una sonrisa.
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