Cuando el sol no se ha
levantado, ya están allí, a pie de escuela, saludando con la mano en alzas,
como la Reina, porque el imán de su vida se va , tras unos escalones de piedra.
No serán de la realeza, pero en sus casas, dan brillo y esplendor a todo lo que
se menea. Los niños están repeinados, las niñas coleta arriba y los maridos en
los trabajos o en el paro, a su lado, como ausentes. Ellas, en cambio,
permanentemente alerta, revisan las inmediaciones, a menos de medio metro, para
ver quién ha venido y quién no y ya empiezan a hacer corrillo , que a más vales
, más tienes a tu alrededor, como leonas hermanadas , antes de darse el festín
de gacelas. Los carritos son lo más, porque ahuecan la juventud de tus ovarios,
pero también la sabiduría o tener algo, un electrodoméstico nuevo o un rímel
experimental o un consejo sacado de la leñera, que te hacen sentir reina por un día, de una
cohorte de carne intensa. Antes el sol
las desvaía porque parecían marujas aplanadas, pero en estos nuevos tiempos en
que los políticos nos vapulean, se han convertido en verdad primera y son
humanas y verdaderas, aunque despellejen a su madre y digan mentiras, que ni
Belén Esteban. Los recortes las han agigantado , como a los dinosaurios y ahora andan a dos patas , tetas enhiestas,
sin sufrir ni un ápice , ni la subida de la luz, ni las tasas académicas, que
no les llegan , porque sus hijos aún andan en preescolar y no invierten en vida
a largo plazo. No podríamos decir que sean un grupo , ni un clan definido, y
aún así, están, reconocibles por la cercanía, por el asentamiento de nalgas en
resaltes, repollos y bordillos altos , donde se cuentan penas de amores
frustrados y padres descarriados, hijos desvencijados y camas vacías. Es tanta
la simpleza de sus manos, tanta las arrugas de su alma , que su cerebro se ha
desdibujado y se han hecho carne y sangre, tacones achatados, por el peso de la
vida. La edad no importa porque caracolea, de pie tras una verja cerrada , que
es sinónimo de existencia, frente a colegio
en que dieron muchas sus primeras letras , escuchándolas cantar , ahora, en las
gargantas de su hijos , al otro lado de la tapia. El tiempo caracolea , entre
sus manos ajadas, se hace y se va, como el café, en su tetera prestada , de “Avón
llama” , que no da para sortilegios de bruja, sino para un fin de semana con el
nuevo chico de treinta y seis , que es un as en la cama, porque hace sentir que
el tiempo se disuelve y los errores no
matan , ni hacen llorar, corriendose el rímel que emborrona la cara. No se
vencen , ni se doblan, como guardianas a pie de espera, a pie de estocada
segura.
Así es la vida, sí. Retratas como la Leivobitz.
ResponderEliminarMe levantas el alma, amiga.
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