domingo, 29 de septiembre de 2013

ASUNTA


Las del corrillo se echan las manos a la cabeza por la muerte de la niña adoptada. Incluso Carmen llega a decir, en confidencia, que “los adoptados tienen mala adolescencia y que hay que estar muy preparados para entenderlos”. Pero lo de Asunta no va de adolescencia, sino de Bretonismo. Al menos esa pinta tiene, por la dificultad de encontrar pruebas y la impasibilidad de los imputados.  No sé si se les ha perdido un crío en un supermercado o si lo han tenido muy enfermito, pero se pierden los nervios y hasta el más cerebral, se vuelve un poseso, pero sin diablo dentro, sino con las carnes fuera. No entiendo, entonces y me comprenderán ustedes, tamaña empresa de quedarte impasible , viendo cómo registran tu hogar para dar con pistas, de cómo pudiste matar a tu hija.  A la niña parece que la asfixiaron, taponándole las vías nasales , dándole antes, para reducirla, pastillitas de todos colores, semejanza horrible, de nuevo,  que se probó en el caso Bretón, en el juicio, dando muestras el protagonista , no de locura, sino de fanatismo creyente , en sus bondades como padre.                                                                                                                     En la cara de la madre de Asunta , vi, por las imágenes de televisión , algo que me recordó levemente a aquellos otros ojos , fríos y sin vida, como de pez fuera del agua y me espanté, porque no podía creerlo. Ahora se perfila el motivo, el móvil, como dicen los enterados, del porqué, que parece que es por dinero, por herencias o por celos, pero la verdad es que eso, es lo que menos me importa, como no me importaba que Bretón odiara a su mujer, sino que fuera tan cobarde , como para no asumir que ella había dejado de amarlo.       Nos espantan los homicidios, en los que los padres matan a sus niños, sobre todo a los que tenemos hijos, a los que penamos por exámenes fallidos, por golpes del destino y por desvivirnos, sin nunca o casi nunca , conseguir un respiro.                                              Asunta era feliz, estudiaba, sacaba buenas notas y era muy apreciada en su colegio y seguro que por sus abuelos, que, si lo que se presume de la herencia es verdad, la habrían conducido, sin ellos quererlos, a su encuentro.                                                    Asunta murió , como no debe morir un niño, drogada, asfixiada y amarrada como un animal, dispuesto para el sacrificio, joven y virginal mártir, que emigró de China con visos de encontrar la felicidad y solo encontró la muerte. Y entristece pensar en los muchos que esperan a sus hijos , venidos de cualquier parte del mundo , incluida España, que penan por administraciones sordas, por papeleos infinitos, por listas sin su nombre y pasajes inasumibles económicamente , para ver encima que unos padres salidos de una fábula perfecta, puedan haber hecho esto con su hija. Porque no solo grima o  rebela, sino que además, escarnece y mortifica.

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