A la espera, como
mensajes sin abrir en el ordenador, están africanos de buen ver y mejor morir,
en las costas marroquíes. No temen el viaje en patera, ni el ahogamiento, solo
lo que dejan atrás, ese infierno diario que es su vida. Después, con el tiempo,
los vemos rescatados en los campos catalanes, malviviendo, trampeando entre vertederos,
para sacarse unos euros -muy escasos- de la recolecta, sin papeles, de la
fruta. Mary me decía que , los sin papeles, preferían la muerte antes que
seguir de refugiados y ella lo sabía por experiencia en el terreno , porque
amadrinó, durante años a niños saharauis, para, finalmente, quedarse una niña
de ocho años , a perpetuidad , a medias con sus padres, que, deseaban más su
beneficio que su vuelta a los campamentos y la miseria. No estaba sana, sino
que los riñones no excretaban y eso allí, la hubiese matado, porque no hay agua
potable que salga de un grifo, ni higiene, ni medios, ni siquiera mínimos. La
niña creció, con problemas cotidianos de convivencia, de colegios, de religión
y hasta de familia de origen, pero ahora es una mujer que trabaja y es autónoma,
haciendo que mi amiga sonría , cada vez que le pregunto por ella. Es difícil
encauzar un tema en el que las variables no existen, porque la muerte pesa más
que cualquier otra cosa. La muerte segura, que lo impregna todo, la ignorancia,
la escasez, la tragedia sin palabras , mientras que por las pantallas de
cualquier ordenador o televisor, en cualquier poblado, arrasado por la sequía y
el hambre, emiten teleseries americanas, convirtiendo los sueños en algo muy
real. Es difícil esperar para conseguir lo que queremos, es casi imposible
meter raciocinio en una cabeza que solo sueña, que solo ve mar delante y
desierto atrás. Era difícil que Admma no sonriera cuando le dirigías la
palabra, casi imposible que no protegiera a los niños pequeños de los matones
escolares, porque estaba titulada en miserables y piratas que le habían rajado
la memoria a tiras, por ser mujer o poseer la tez bruñida por la arena del desierto.
Es difícil ver rescatar a una patera y no alegrarse el corazón por los incautos
ocupantes, a pesar de saber el destino aciago de gente que postularán su
desgracia de no encontrar trabajo , ni papeles, pescadilla eterna que se muerde
la cola. Es casi imposible no sentirse miserable por haber caído tan bajo para que
el paro, la propia subsistencia y el dolor de no poder comprar los libros , para
el colegio de nuestros hijos, nos hagan menesterosos de entretelas, miserables
para odiar al que pensamos nos resta con su presencia, cuando siempre fuimos un pueblo poderoso,
orgulloso de su origen mezclado , con otros tantos pueblos venidos de los
confines de la tierra. A la espera estamos, a las puertas de las oficinas de
empleo, ante una rarísima oposición, o ante una oferta especulativa de trabajo,
soñando despiertos, en que sea nuestro currículo el que elijan.
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