jueves, 5 de septiembre de 2013

A LA ESPERA


A la espera, como mensajes sin abrir en el ordenador, están africanos de buen ver y mejor morir, en las costas marroquíes. No temen el viaje en patera, ni el ahogamiento, solo lo que dejan atrás, ese infierno diario que es su vida. Después, con el tiempo, los vemos rescatados en los campos catalanes, malviviendo, trampeando entre vertederos, para sacarse unos euros -muy escasos- de la recolecta, sin papeles, de la fruta. Mary me decía que , los sin papeles, preferían la muerte antes que seguir de refugiados y ella lo sabía por experiencia en el terreno , porque amadrinó, durante años a niños saharauis, para, finalmente, quedarse una niña de ocho años , a perpetuidad , a medias con sus padres, que, deseaban más su beneficio que su vuelta a los campamentos y la miseria. No estaba sana, sino que los riñones no excretaban y eso allí, la hubiese matado, porque no hay agua potable que salga de un grifo, ni higiene, ni medios, ni siquiera mínimos. La niña creció, con problemas cotidianos de convivencia, de colegios, de religión y hasta de familia de origen, pero ahora es una mujer que trabaja y es autónoma, haciendo que mi amiga sonría , cada vez que le pregunto por ella. Es difícil encauzar un tema en el que las variables no existen, porque la muerte pesa más que cualquier otra cosa. La muerte segura, que lo impregna todo, la ignorancia, la escasez, la tragedia sin palabras , mientras que por las pantallas de cualquier ordenador o televisor, en cualquier poblado, arrasado por la sequía y el hambre, emiten teleseries americanas, convirtiendo los sueños en algo muy real. Es difícil esperar para conseguir lo que queremos, es casi imposible meter raciocinio en una cabeza que solo sueña, que solo ve mar delante y desierto atrás. Era difícil que Admma no sonriera cuando le dirigías la palabra, casi imposible que no protegiera a los niños pequeños de los matones escolares, porque estaba titulada en miserables y piratas que le habían rajado la memoria a tiras, por ser mujer o poseer la tez bruñida por la arena del desierto. Es difícil ver rescatar a una patera y no alegrarse el corazón por los incautos ocupantes, a pesar de saber el destino aciago de gente que postularán su desgracia de no encontrar trabajo , ni papeles, pescadilla eterna que se muerde la cola. Es casi imposible no sentirse miserable por haber caído tan bajo para que el paro, la propia subsistencia y el dolor de no poder comprar los libros , para el colegio de nuestros hijos, nos hagan menesterosos de entretelas, miserables para odiar al que pensamos nos resta con su presencia,  cuando siempre fuimos un pueblo poderoso, orgulloso de su origen mezclado , con otros tantos pueblos venidos de los confines de la tierra. A la espera estamos, a las puertas de las oficinas de empleo, ante una rarísima oposición, o ante una oferta especulativa de trabajo, soñando despiertos, en que sea nuestro currículo el que elijan. 

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