Siempre se dijeron que morirían juntos. Era
una pasada y lo sabían porque andaban bien de salud y querían aprovechar la
vida a tope, pero, en los últimos tiempos, cuando del televisor rebotaban noticias sobre la crisis económica, la idea empezó a no parecer tan
descabellada, porque la deuda apretaba y cuánto.
La hipoteca de la casa no se pagaba sola y la pensión no daba más que
para la subsistencia. Aguantaron cuanto pudieron, pero cuando San Valentín se
acercaba y lo preparaban, como todos los años con velas rojas y besos furtivos
recordando los pasados y los venideros, recibieron la carta definitiva. -Es
ésta , es ésta- dicen los vecinos del inmueble que escucharon musitar a él, pálido
y tembloroso, con una carta en la mano, en mitad del hueco de la escalera, el
que está en el rellano de los buzones.
-Es ésta , es ésta, la definitiva- le dijo a
ella , entre lágrimas, sabiéndose con un
pie fuera de la que había sido su casa, el hogar para una vida digna en su
vejez. No dijeron nada a sus hijos, no dijeron nada a sus vecinos, peor lo
prepararon todo, porque no querían vagar sin rumbo fijo , ni deberle caridad a nadie.
-No
lo entenderían…- se dijeron abrazados en su cama , a media noche, poniéndose en
lo peor y dándose cuenta de que a nadie le afectaba más a ellos y que suya era
la decisión última.
No supieron que alrededor del Parlamento muchos luchaban por ellos,
porque dieran su casa y quedarse libre de trampas, para empezar una nueva vida
sin la lacra de deberle al banco de por vida. No lo supieron o estuvieron muy
cansados, demasiado como para atreverse a soñar.
Lo prepararon todo como dos hormigas afanadas y el día antes , del día
antes, de San Valentín , se tomaron las pastillas . - Del balcón no nos tiramos como esa pobre mujer de Barakaldo- dijo
ella, mirándolo a él con la misma pasión noble con que siempre lo había mirado. – No, desde luego que no, sobre todo porque no tenemos más que ventanas-
le contestó él , queriéndola más que nunca en su fragilidad . Fueron metiendo en
la boca de la pareja, una a una las pastillitas que los conducirían hacia la
paz de tapar un agujero negro que había socavado sus vidas. Fueron tragándolas
como se tragaron las cartas del banco, como se tragaron los recibos impagados y
la vergüenza de dejar a deber en el almacenillo donde compraban la comida. - Te quiero –
le dijo él a a ella.
- Yo a ti más que a
mi vía- le contesto él, simulando la voz de Pachuli y se rieron, no por matarse,
sino por burlar el desahucio, por haberse adelantado al día de san Valentín y
por quererse hasta la muerte , como Romeo y Julieta , porque han cambiado los tiempos
y ya no se enfrentan Capuletos y Montescos ,sino los bancos y los ciudadanos,
el capital y dos jubilados, que se mueren por no pasar miserias.
Tan real como la vida misma. Aunque, si bien se mira, salvo por los desahucios, no está mal escoger el momento en que uno quiere irse de esta vida. E irse juntos.
ResponderEliminarademás de verdá...
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