En los días grises, en
los que la lluvia no se decide a caer, estrellándose contra nosotros, las
pisadas se nos hacen eternas, el mundo se nos cuelga al cuello y lo llevamos
como una acreditación que de existimos, aunque nos pese.
La
muerte de Miliki, nos ha sumido en el tiempo, nos ha adelantado la fecha de
caducidad y nos ha obligado a vernos las arrugas y las canas , en el
fluorescente del espejo del cuarto de baño. Ya
hace mucho que pasamos de las espinillas y de los amores frustrados de la
adolescencia , de esas risas contenidas en lata, que parecían que no tenían ni principio ni fin ,
sino que estaban allí, como la generación espontanea de Aristóteles,
esperándonos pasar , para saltarnos encima y ponernos todas coloradas, de tanto
reírnos. Ahora, si nos salen los colores , no son más que los sofocos de la
menopausia, que nos transfunden las noches y nos desvelan y nos agrian el
carácter .
Todos
conocemos alguna divorciada que sueña, con crisis y todo , en irse una noche
romántica al chiqui-chiqui , en un motel de capa caída , que nutre sus exiguos
ingresos con revolcones de tres al cuarto en tiempos en que la lluvia, los
coches, los políticos y las portadas de los periódicos , son grises y opacos. Todos
conocemos a alguna divorciada que nos alegra con sus ojos brillantes, sus risas
incontenibles y las manos prestas de su nuevo novio , en sus nalgas, al recoger
a su hija del colegio. Porque ahora, las hormonas son nuestra bandera, la paga
de mercenarios de esta vida que no es más que reproducirte y pagar deudas,
impuestos y trabajar para no ver -casi nunca- un sueño atravesándose en tu
camino. Hay algunos- en cambio- que sí que ven la gloria en la tierra , como la
beata de Alcalá, a la que mi prima Loreto Barragán me mencionaba el otro día, en
un correo, por si nos rozaba en parentela, pero para desgracia nuestra va a ser
que no, porque la mayoría nos debatimos en realidades cotidianas, en el café,
en los niños, en los colegios, en lo cara que está la gasolina o en la tutoría
con la Seño del más pequeño. Las divinidades quedaron para nuestras abuelas,
para nuestras madres, para esas grandes mujeres que podían con todo,
renunciando a tanto y sin pedir nunca nada. Lo mismo en los días grises, en los
que la lluvia no se decide a caer, con presagios de capa caída, en tiempos en que la lluvia, los coches, los
políticos y las portadas de los periódicos , son grises y opacas, una feliz
divorciada pueda ver reverdecer al amor
y encontrar pasión y goce, entre las sabanas de un hotel devaluado y las beatas
de la vida, las herederas de aquella mujeres que fueron más grandes que las
diosas, puedan taconear el vientre del asfalto y hacerlo temblar, rugiéndole a
la marea, para que por fin llueva y se vayan los sofocos y se aplaque la
tormenta.
¿Desencajadas? No necesariamente. Las mujeres andamos buscando nuestro lugar en el mundo, un lugar donde sentirnos cómodas sin dejar de ser como queremos ser. Sin sumisión ni repetición de roles. No es fácil porque carecemos de modelos. De ahí que algunas traten de emular a sus pares varones y otras anden preguntándose qué ha pasado en sus vidas.
ResponderEliminarSaldremos adelante, no es fácil, pero conseguiremos encontrar nuestro propio modelo. Eso espero, al menos.