No es divertido
encontrarte en un coche lleno de familia, yendo por la tarde , hincándose la
noche en la carretera, a comprar lo que sea. No es menos tópico mirar hacia el
radio y poner Kiss y dejar que la música lo invada todo, metiéndose por techos
acolchados y bajos de alfombrillas gastadas, atenuando los chillidos y las
quejas. No lo es , porque te das cuenta de que ha pasado el tiempo y el soldado
se ha hecho sargento y tiene huella de las guerras , en los labios y la
chepa. Por
el camino que iba tomando la disertación interior, podría haber sido una
masacre de neuronas, estáticas y desviadas por la llorera emocional, que nunca
dejaría que se viera. Podría haber sido –quizás- una vez más , de esas, que
rebuscas en el pasado, ajada la noche para verte a ti misma, envuelta en el
hábito de lo vivido sin querer mirar hacia ninguna parte. Pero no era ésta ,
porque “Crepúsculo” había despejado dudas y la insulsa protagonista y el aséptico
novio- ahora ya marido, en la última entrega- te han dejado meditar, porque la película
no valía para otra cosa y has recordado
los dolores de espalda de recoger en los brazos a tus hijos y las noches de
amor completas y las manos perdidas en ti -de tu pareja- a las que el peso del
tiempo volvió ajadas y arrugadas, para
deleite de tus dedos que gustan de amarrase a los suyos. Piensas con la
claridad que te dan las ideas que no quieres vivir una vida eterna, mientras
vas en el coche , con las falanges unidas al volante del monovolumen, cargado
de críos gritones, porque no quieres otra cosa que disfrutarlos a ellos, verlos
crecer y morirte en el intento de dejar de ser carne y sangre y vísceras y
convertirte en tiempo, tiempo pasado, tiempo muerto, pero revenido en otras
carnes, en otros cuerpos, en pensamientos que pueden ser hermanados, en
pensamientos que pueden ser leídos y volcados y copiados y comentados y
olvidados. No
sirvió para otra cosa la última de “Crepúsculo” más que para que el climaterio
no se reviniera , sino que fuera – por primera vez-bien aceptado, para que la
sangre, no la que se roba , sino la que se regala a la vida , fuera más cercana
y dichosa, para que la delgadez de Bella, su eternidad pagana y banal, se
antepusiese a mi volumen y osadía cárnica, a mi certeza y rotundidad, porque
quiero ser yo y no meterme en el traje de ella, quiero mis arrugas, mis
defectos y mi vida, que madura y dobla por el peso de la edad que llevo pegada
a las venas y los cartílagos, por el cansado caminar que llevan mis piernas y
por el deseo de que los años venideros me dejen diciembres de regalo , bajo el
abeto que nace de la tierra , hundiendo – en ella-sus raíces frescas.
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