lunes, 10 de septiembre de 2012


Muertes en Tierra



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Ha llegado septiembre y parece que se ha llevado las ilusiones del verano, no así las de Rajoy que se ve feliz en las portadas con la Merkel abrazada a sus abrazos. El levante en Camposoto ha roto las promesas a los jubilados y les deja la playa deshecha, arenales confundidos por el viento, plegado a sus caderas y a las plantas de sus pies.                                                                                                                                      
Los que estamos al sur del sur, nos alimentamos de ese viento salado, de esa arena levantisca y punzante, de esa salobre cercana que nos amamanta los recuerdos de infancia, para los que ya estamos más cerca de recordar que de hacer nacer recuerdos.  Isla de Tierra y los que la habitaban, están deshabitados, confundidos con las circunstancias adversas y revenidos, como en el tetris, a jugar su sitio en la partida final, en aquella que toda pieza debe estar en su sitio y caer , por derecho, derecha al fondo del juego.  
Paco Artola que creció desde los ocho años, harto de pasar calamidades, siendo el hijo mayor de una viuda, enviudada por fusilamiento de socialista , durante los inicios de la rebelión militar, pelea una de sus últimas luchas en el hospital, lesionada el alma partida y roto el encantamiento de creer que lo que pudo ser posible no fue y las cunetas mueren muertas mil veces y los muertos están, no todos en lápidas , con nombre en el cementerio.                                                                                                                             
Es este un verano que se fue, que se ha ido como la prima de riesgo, matándonos de la incertidumbre de no quejarnos, de no movernos, de no decir, porque parece que vivimos no sobre hielo frágil , sino sobre hostias no consagradas que débiles para fundirse en la boca de golosos amiguetes del pastelero que las confeccionaba , hacía las delicias de chiquillos que las compartían en corrillos ambulantes, frágiles esquirlas de felicidad que no sabían a nada, ni tenían nada, más que aire de borrajas.                                                  
Hay muchos que no entienden el invento y ya hace mucho que escondieron la cabeza como la avestruz y ruegan desde entonces para que el tsunami pase y no les coja empapados. Muchos que ven las noticias sin saber qué nos va a regalar ese rescate que ahora tantos pregonan como agua de maná , sin decirnos que quizás , como la peregrinación para la tierra prometida de Moisés, estemos en ese empeño, demasiados y tétricos años. Algunos no entienden cómo hemos llegado a esto, cómo el superávit nos lo hemos comido y cómo ahora vamos a deber hasta de callarnos cuando la Merkel nos lo diga y mandarle a sus reinos lo mejor de nuestra juventud, como antes ya mandamos, en la época de Franco , lo mejor de nuestra mano de obra. Somos pescadillas que nos mordemos , no la cola, sino la historia de nuestra historia, nuestros muertos, los retratos de nuestros vivos, la viveza de quienes nos gobiernan, mientras que la gente en la calle, va robándose la vida, mal viviendo, reptando y subsistiendo, sin saber qué hacer para que un día más no se convierta en una tragedia. La Merkel vino a dar abrazos y palmaditas en la espalda, a mirar su cortijo para ver si las cabras, las ovejas y los toros, pastaban en condiciones de dar quesos, leche y corridas entusiastas. Luego vendrá el rescate final, donde los pollos, los conejos y las gallinas serán sacrificados, porque sobrarán, como sobraban los habitantes de Isla de Tierra, desalojados con nocturnidad hacia una paraíso natural en Argelia, con aire puro, arena infinita y tiempo de sobra para leer, meditar y hacer yoga. Lástima que a los desterrados les preocupe más su subsistencia, el llegar a tierra habitada y con leyes, con sanidad precaria, pero al menos tiritas con que curar llagas de soledad y abandono, de violaciones, de vejaciones, de pies amoratados, de lenguas secas.  Ha llegado septiembre y el levante en Camposoto ha roto las promesas a los jubilados y les deja la playa deshecha, arenales confundidos por el viento, plegado a sus caderas y a las plantas de sus pies, hermanados habitantes de la Tierra.

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