jueves, 3 de mayo de 2012

DOS JAPONESES Y CUATRO MALAGUEÑOS


En el mirador de Colón se alternaban los llantos y las risas, porque el ascensor no plegaba alas y los turistas, estaban a punto de convertirse en gorriones. Antes de que les salieran plumas, empezaron a ver cosas y se llamaron alucinados, pero no, porque ni eran la Virgen, ni San Pancracio, los aparecidos, sino rebrotes de manifestantes, ya de capa caída, sin consignas, ni banderas en alto, los que a sus pies caían. “No está tan mal ser pájaro”, dicen algunos avispados que dijeron los de arriba, pero los bomberos echaban humo y se machacaban el común cerebro, para ver cómo salían del marrón, que el indicador dedo de Colón, les había regalado. Dándole vueltas a la cosa, pensaron en llamar a Urdangarín ,que tan buenas mañas se da para salir de situaciones difíciles sin despeinarse, ni achatarse el tupé, también podían asesorarlos políticos corruptos que no pisan cárceles ni para ver cómo están los presos o quizás almas avispadas que visionan capillas de doce por cuarenta, hechas con manos y pesetas de ingenuos que caen en redes de pescadores mafiosos, pero ninguna alternativa les parecía bien, hasta que llegó la grúa y a ella se encomendaron. Mientras, para que la espera fuera buena, les mandaron vía aérea bocadillos de ibéricos y anchoas del cantábrico, regados por buen cava, que ya se sabe que los japoneses son muy buenos portadores de noticias y estará el tsunami aún coleando y la central nuclear haciendo pasitos de rumba, pero ellos no se privan y cuando vuelven son bocas veraces que abren fronteras –llamémosla España-que están llenas de parados, esperando trabajar en lo que sea. Tampoco los malagueños les hicieron ascos a los condumios, sabedores como son de que la vida es bella, mientras no se cruce un francés con ganas de merdellonear la fiesta. Y bajaron, porque no se podían quedar arriba, que hacía feo ver a la gente levantando la cabeza y alzando el cuello artrítico, con las televisiones sin cubrir las manifestaciones y en cambio allí y en la casa de Belén Esteban dando el callo, porque realmente para lo que había abajo más valía seguir con la quedada, de los ibéricos, las anchoas y el cava , que ya hacía hablar a los malagueños en japonés y a los japoneses, en guiri malagueño.
“Es la hermandad de las alturas”, musitó un iluminado, viéndolos bajar, ayudándose unos a otros; “Son hermanos de fatiguitas”, dijo otro que iba por allí a pedir limosna todos los días y que ni tullido, ni mermado, ni africano sin invernadero, ni rumano con falsa cojera, sino que era uno de los recién despedidos de los vente días, después de haber trabajado durante veinte, como un mulo. Dicen que desde arriba del mirador de Colón se ve entero el cielo y los gorriones que se suicidan subiendo como cohetes y hasta el mar de los vikingos, pero el japonés solo inclinaba la cabeza y no besaba el suelo, de puro compromiso, que ya se sabe que son budistas y sintoístas y no gastan en eso .

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