viernes, 23 de diciembre de 2011

EL REGALO DE CUMPLEAÑOS


Mirará desde Candelaria cómo se hace la noche, pasándose por las cabezas agarrotas de estatuas verdinosas y gente traspuesta, camino a casa.


No verá, perderse por azotas y deslumbrar al sol con su capa oscura, porque entre risas y jaleo de amigas, el vientre de la oscuridad se hará solo, igual que el café a punto de ser servido, en mesas imperfectas , porque la perfección está en otra parte , entre paredes limpias y banderas que no son sino sabanas de cama, deshechas de amor y amistad, de familia recogida a la intemperie y de frío de autobuses, que se despiden demasiado temprano, para tan gran acontecimiento.

Celebra su cumpleaños Manolo, el del Moral, entre amistad y familia, familia que le acogen en su casa de Candelaria y amigas que se acogen a él, a sus risas y sus chascarrillos, que lo hicieron sufrir, de jovencito, porque se veía en los ojos de otros como un poco loco y etéreo.

La risa no debería ser penalizada, ni Milagros, su hipotética vecina, debería avisar a la poli local, porque haya juerga de amigos y gente que ríe a las diez de la noche, sino que debería celebrar que está viva, acompañada y que ve la noche perderse, frente a su casa, mirando las palomas, el arrullo de la azotea.

Cinco décadas menos una, medio siglo menos un año, las niñas del supercerka y Manolo, muchos globos y una merienda que empieza en comida y que no celebra Navidad , sino libertad. Libertad de miras, sin complejos, libertad de lengua, de hablar, de reír, muchas risas, que se estampillan en muebles, en maritatas , en faldas y cojines, en fotos antiguas y piñatas inexistentes, en este cumpleaños que saca los colores a los niños y entibia corazones , asustados por la crisis y temiendo perdidas de trabajo , porque el Cádiz que conocían se despega como cartel de elecciones pasadas, tras la lluvia y el pegamento se corroe y no sabemos ya , si no nos lo indica el cartel de los autobuses, ni siquiera dónde estamos o a dónde vamos.

Cuarenta y nueve años trabajados no a pala, sino a fraile sin ubicuidad, se llevan a sus espaldas, desmochados los sueños, perennes las ilusiones y la cara muy alta. Cuarenta y nueve que se van por el balcón y ya no vuelven, porque cuando se soplan las velas, se deshacen en el aire y se trasmutan en polvillo cósmico, por baldosas que se pisan y revientan a su vez, llevándolos fuera, a otros lares y otros mundos- por descubrir- donde los cuarenta y nueve solo son la mitad, de la mitad, de una próspera vida.

Manolo, alma inquieta por naturaleza, nervioso como un delfín trovador, no se balancea en una mecedora, ni debe cuentas a nadie, porque vive y tiene, amigos y familia, gente que le quiere y mucha vida por vivir, para contarla, para compartirla y atravesarla, desde Candelaria a San Francisco, de allí a la calle Ancha y si se tuerce un poco, hasta la Mina , que siempre-como él- duerme serena y descalza.

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