Lo del apuñalamiento al
jugador de fútbol Samu, no es más que punta de flecha. La violencia está ahí, mamada. No tienen más que ir a ver a sus hijos practicar un deporte, que aunque
sea el más inofensivo y de menos contacto corporal, ya saldrá de debajo de las gradas algún
progenitor a darla. Insultan
a los contrarios, farfullan y reparten tacos, sin salsa sino agridulce,
exponiendo su falta de cultura y la poca educación reinante. Hay
gente que no, que pierde y sabe perder, que anima aunque se quede afónica y que
hace del deporte diversión y enseñanza para los críos. Pero son poco, porque la
mayoría creen que Messi se acostó con su mujer y le engendró un talentillo que
ahora le hace babear y transformarse en el diablo de Tasmania, en cuanto no
hace las proezas que debiera.
A
mí me enseñaron visualmente que el deporte era fascinación, supongo que porque
mi padre gustaba de vivirlo, aún a sus sesenta, espíritu de salmón que iba al
ritmo europeo sin saberlo. Rezó durante toda su vida a las artes marciales, a
la halterofilia, al ciclismo y al motociclismo, pasando por el windsurf, ya
casi jubilado. En
mi caso no gusté de ninguno, porque con senderismo y natación ya me aviaba.
Pero jamás me chillaron desde una grada, ni tuve que mirar asustada a padres
energúmenos peleándose porque no metiéramos los balones que se esperaba en una
canasta. Tampoco tuve que dar mandobles
por lo bajini, ni empujar, ni meter codo. Ni mi entrenadora me chilló
descompuesta, ni dijo que era una floja revenida, por no encestar por bulerías.
Las
cosas se están extralimitando, olvidándonos que el deporte es para fascinar,
convirtiéndolo en niño que para ganar se queda en ayunas antes de una
competición para no pasar de categoría y ganar a cualquier precio. Es lástima que algo tan hermoso, tan
divertido y emocionante como es competir en buena lid, respetar a los demás y
luego de terminar seguir siendo amigos, se convierta en lucha campal, originada
en las gradas. Los niños no ganan ni pierden, participan y empatizan y conocen
y respetan y aprenden. No son pequeños robots a los que se les da cuerda y ganan
competiciones, para que papá o mamá se quiten el frustre de no haberlo hecho
cuando ellos tenían la edad que ahora tiene la criatura. No son cromos que intercambiar
en mitad de partido porque no te satisface cómo juegan, queriendo ganar por
prestigio personal y levantarte la moral de trabajo bien hecho, porque son
personas en formación, no espartanos. Pero es por lo visto la moda, como la de
pinchar las ruedas de los contrarios cuando el partido no termina a tu gusto,
basureando la competición, rebajándola a salvajismo. Como lo de Samu, que no es
más que punta de flecha del paleolítico, clavada en el dorsal de un deportista
para vergüenza de muchos, que no entienden la competitividad más que vertiendo
sangre o insultando o mermando, mamadores de frustraciones, padres malísimos.
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