Cuando tratas según que
temas hay una línea muy estrecha que separa lo que es la noticia de lo que es
la morbosidad que encierra. El Caso Gabriel nos dio muchas muestras de ello. No
he escuchado a los padres más que para agradecer la búsqueda y la preocupación
de todos, pero en cambio me da que la presunta va a hacer negocio incluso con
esto de pavonearse compungida en los telecorazones que tenemos en las
mañanas.
Ha escrito
unas letras a una conocida periodista que cubre el rango matinal con noticias
de sesgo variado, nacidas para la demanda de un público que tiene tiempo sobrado
para ver el plasma. Supongo-
y creo que acierto- que le escribiría la periodista antes, porque son palabras de
respuestas a una preocupación profesional que nada tiene que ver con el calor
humano sino con un posible pelotazo televisivo. A
nadie le deberían interesar por qué razones se asesina a una criatura más que a
los que la van a juzgar para que siga- o no- en la cárcel. Justicia se hará-
buena o mala- pero se hará y ella deberá acatarla, como debió pensar que su
pareja tenía un hijo que llevaba a la relación, por muy mal que le conviniera
para sus planes. Ahora
quiere lavar su imagen (antes del juicio) porque ya sabemos que la opinión pública
es soberana y vota en las urnas de las calles diciendo obviedades y odiando a
quien tiene presunción de inocencia. Conocemos quizás mejor a los que salen en
el plasma que a la vecina del piso de arriba porque nos aguantan gorduras,
estrecheces mentales e insultos. Masticamos tuétano mientras se nos va la vida
mirando lo que nunca haremos, lo que nunca seremos pero que criticamos a
mandíbula descarnada. Por todo ello
han hecho muchos su agosto con esta historia que no es más que desgracia para
una familia. Vergüenza para todos los que nos alimentamos de ella hasta atragantarnos.
De la presunta ya ni digo porque tiene derecho a mentir, derecho a defenderse y
a tener la mejor defensa que le corresponda. Sin embargo, no puedo evitar
rebelarme a que -en este pasodoble televisivo- se haga una vez más caja con el
que más duele, que ni nombrarlo quiero para no tocarlo ni con la levedad de una
silaba. Debería estar
tipificado en el Código penal el que se lucrara con el dolor ajeno, quien tirase
metraje de horas para ahondar en el dolor, las lágrimas y las historias negras
que oscurecen las uñas de las manos con enterramientos infantiles y gente con
muy mala leche. No quiero cueros cabelludos, ni piras encendidas como dice ella que le
hacen , vejándola. No debemos darle más que justicia, y no carcelaria como pedía
la madre de Marta del Castillo aullando de dolor por no haber encontrado a su
hija, de la que aún no se sabe el paradero. No me extraña que les duela, no me extraña
que peregrinen en ese dolor infame que es no tener descanso, ni dormir, ni
poder pegar ojo porque no sabes qué hiciste mal para que esa bazofia se
acercara a los tuyos. Nunca
los perdonarán por muy creyentes que sean, nunca los absolverán, no ellos, sino ni siquiera nosotros que
dolemos en su dolor por inercia mimética de unas líneas televisivas que nos
devuelven imágenes enlatadas a las que tan aficionados somos. Es carne de cinco jotas a nivel sentimental
porque estamos hartos de realitys, de gente que apalabran en secreto contratos
para lucrarse . Buscamos nuevas caras, nuevo dolor, nuevo enganche porque los
euros son lo que vale y la televisión solo quiere noticias frescas que
llevarse a los dientes, para triturarlas.
Ya lo dijo la Pantoja que es sabia en el arte del birlibirloque. Lástima de pez
que nunca llegó al mar porque le cortaron las ganas. Ahora me las cortan a mí-
supongo que también a ustedes- por querer indultar al dolor, a la pesadumbre y
a la miseria que conllevan unas imágenes en la tele. Minutos de gloria infame
para justificar lo que se sale de madre. “El todo vale” en la boca de los muertos, asesinados
por las puñaladas cobardes de quien esconde la mano que tiró la piedra que aún
mana sangre.
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