Pasado el día de los
muertos, una de las tardes que le siguieron, se encapotó el mar y el cielo
entró en llorera, plateando las calles y diluyéndose el Puerto entero en
badenes y alcantarillas saturadas. En
la ribera del marisco, las tiendas estaban cerradas, los escaparates vacíos y
la fachada del Rubio con un cartel deslucido que rezaba “ liquidación total”.
Lo mismo recordaba la ribera, melancólica, que a pocos pasos del Rubio , años
atrás, se suicidó un lugareño a mitad de un juicio por abusos, tirándose de la
encañonadura del río, para besar sus aguas, a pleno pulmón. No se ahogó, porque
había jóvenes prestos , pescando algo que llevarse a la caña, como suele
suceder en los días de bonanza, sin levantera, pero murió , de todas formas, de
un infarto, sin que los que llegaron al rescate, sanitarios y guardias,
pudieran hacer otra cosa que atestiguar su muerte. Nunca se supo cómo hubiera
acabado el juicio, que era delicado en demasía , porque la víctima era muy
menor y casi familia, aunque algunos conjeturamos , en líneas literarias, que
no periodísticas, lo que pudo haber sido, ya que la apremiante actualidad lo
borró de las portadas del Puerto Información , igual que lo desterró a él de
las calles del Puerto, donde nacía cada día. Los
periódicos son como las ciudades que los sustentan, periódicos locales, que
crecen como la yedra a la pared, hincándose con fuerza en ella. Y cuando
mueren, por los cambios ocasionados por otros, nunca por su propia esencia,
dejan un hueco que no puede salvarse, de ausencia de bondad, de libertad, de
creencias. El otro
día, mediada la tarde, el paseo de la Rivera estaba solitario y mohíno, estaba
solo el local del Rubio y desvanecido en el tiempo, el vigilante del
aparcamiento. Solo una caravana , renuente y cabizbaja , puertas y ventanas
firmemente cerradas, se asentaba en la margen del río, justo en el sitio donde
se tiró Manuel, no se sabe si desmayado o decidido a acabar con todo. Ya no
saldrá Josefina del periódico para tomarse un té en el Hotel Santa María, ni
podrá ensoñar con ser tertuliana de antena 3, porque su periódico está tan fuera
de juego como el Rubio, la ribera en invierno o la bonanza nacional, que se
evaporaron como todos ellos. Es difícil vivir la ausencia los días lluviosos,
ver las casas tapiadas para que no entren olvidados y no llevarte la mano al
pecho compungido, porque el tiempo nos pasa por encima a cada gota de lluvia y
nos deshace la cara y los pensamientos , con la misma facilidad que borra la
realidad que aparecen tras el cristal del parabrisas, volviéndose todo diluido
y descompuesto. El otro día, sorteando la tarde , la entrada de la anochecida,
la ribera estaba sola y el marisco en los congeladeros y Romerijo encendido sin
parroquianos y solo un chulazo
sobresalía, como si fuera de
cartón piedra, emergiendo de un pequeño bar, con una gabardina marrón
clareada y un paraguas en la muñeca. No era joven , ni guapo, no era hombretón
, ni cargado de espaldas, era de otra época y otro tiempo, irreal como algunas
visiones que no sabes por qué se te conceden , ni para qué fin. Porque el
chulazo miraba, sin ver, cigarrillo en la mano izquierda , el río que se
embravaba por la tempestad, la noche creciente en la marea, el sonido de los
barcos amarrados a tierra y una campana a lo lejos que desafiaba, al agua, al
frío y al viento. Pasado
el día de los muertos, una de las tardes que le siguieron, mientras se encapotó
el mar y el cielo entró en llorera, un coche conducido por una mujer madura seguía
al autobús local , extrañando a los ausentes , desiertas las calles de ellos y
su estela en la tierra, pensando que la memoria guarda malas pasadas,
envenenándote con recuerdos doloridos de los que se fueron y mostrándote al
Rubio con su local vencido por la crisis , despertando rumores lejanos de un
tiempo mejor , donde las casas tapiadas no escondían su vientre, tan fértil, en
sus ladrillos empolvados de historia.
Duele el aire a tristeza y derrota de tu escrito, duele la renuncia y el abandono. Nos marchamos dejando la vida destrás tras esas tapias que encierran los sueños convertidos ya en pesadillas.
ResponderEliminarEl Puerto, que es ciudad vieja -además de antigua- sabe que a la tristura del invierno le sucede la explosión de vida del verano.
ResponderEliminarLos periódicos, cuando mueren, dejan un rastro de tinta y memoria que se extiende en una espiral infinita, como la órbita de los planetas. Nunca se sabe quien llegará a leer lo que alguien escribió en una tarde llorona, pasado el día de los muertos.
Quizá tengamos que aprender a llamar periódico a otra cosa distinta de eso que doblábamos para leer y que, invariablemente, nos manchaba las manos. Porque donde hay un periodista con ganas de contar hay un periódico en potencia, pleno de compromiso, de libertad, de verdad.
Oye, ese chulazo no es de cartón piedra. Se le siente latir.
lujazo de amigas que sois, algo muy bueno deberé haber hecho en la vida, para que se me premie con vosotras
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