Las cámaras de
seguridad de Vistahermosa han ayudado a dar solución a los robos de vehículos
de alta gama en el Puerto de Santa María. Porque estamos vigilados. Si no me creen,
tecleen en el móvil algo por comprar y verán como en la siguiente búsqueda -si
no han picado ya- le enlazan con esa. Es
la nueva época de las comunicaciones, el Internet al servicio del consumismo y
las cámaras para proteger que no nos roben. También
es la época de los aprovechados de turno que birlan coches imponentes o que se
te meten en una propiedad aprovechando el malestar público por los desahucios,
llevándose una buena temporada viviendo a mesa y mantel, pagándoles tú la luz y
el agua encima. Son las entretelas de las cuestiones, los flecos sueltos que
hacen que los más desgraciados sean los que se joroben. La perfección no existe,
ni la felicidad soñada. Solo gente que se afana por hacer de esta pesadilla un
mundo habitable para todos. Pero son los menos. La mayoría está deseando
pegarle estacada al sistema para llevárselo a la cama como los que saquearon un
camión accidentado en la Autovía A-44 sin importarles nada más que las
conservas- que eran la mercancía que transportaba- que iban a llevarse a casa sin que les hubieran
costado un euro. Casi estuvo a punto de costarle a alguno la vida o de provocar
accidentes tal era el ansia por lo ajeno, pero ya estaba allí la Benemérita
para que no ocurriera. Finalmente, el camión quedó despojado de carga tirado en
la cuneta con las tripas vacías, el camionero bien, la gente con las faltriqueras
llenas y el dueño de la mercancía birlada- espero que lo tuviera- cobrando el
seguro. Pero si no tenía seguro o el dueño de la casa donde se metió el
caradura no era el banco, ya estamos a cuadras de distancia de que les devuelvan lo bailado. Porque la vida
no es justa -ni equitativa- ni en la muerte. Las cámaras sí. Ellas lo ven todo
con su ojo de cristal y nos lo devuelven en dispositivos porque no tienen
corazón , sino memoria gráfica de las sandeces que hacemos. No
tenemos la culpa de ser tan estúpidos, solo somos una especie con aspiraciones
a dioses. A quién se le ocurriría apostar por una especie que se auto inmola
cuando algo no va bien, que debe
recurrir a tratamiento para no hacerlo, que
nunca se cura del todo de las enfermedades que ellos mismos se procuran y que
mira al espacio con las legañas aún impuestas de estar agotando este
maravilloso Planeta. No
nos dirán las cámaras nada que no sepamos, porque los birladores iban en coche
haciendo su trabajo por un buen barrio residencial, machacándose por encontrar
el bólido de alta gama que luego vendían a los narcos. Porque
nada es fácil y el que lo crea es que es aún más idiota que el que confió en nosotros
como especie elegida.
Solo
nos salva el amor, pero hay tan poco y es tan difícil conservarlo que ya nos
vale. Mejor conformarse con sexo renegado, con películas aburridas, con
eslóganes publicitarios. Como latas de conservas despojadas de identidad
destinataria, llevadas en un camión que termina hastiado, descuartizado de
alma. Como el camionero feliz de haberse salvado, pero de incierto futuro. Como
la horda que evacuó el producto final para servirlo en la mesa que es día de fiesta
y regalan las conservas más baratas que en el supermercado. Y la Benemérita
mirando la noticia del día para que no haya accidentes porque aparcaban de
cualquier manera y más y más iban llegando. Las cámaras no nos harán mejores,
ni sacaran faltas que no tengamos. Solo ven con ojos de cristal- como los faros
-adonde nos vamos acercando. Espacio infinito que nunca fue cielo más que para
los mártires cristianos con peanas de madera que elevarse por encima de los
mortales que les ponen velones que huelen a reliquia del pasado. Ojos de santos
elevados, abismales por su profundidad de dolor y pasmo. Quizás vieran una
horda convidándose de la desgracia ajena, a mesa y mantel, como en Viridiana.
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