No sé si han visto el
video del que está en un sex shop, ve unas nalgas de goma, saca su apéndice
sexual y lo inserta sin más dilaciones. Aluciné cuando lo vi porque probar el
producto- según el que sea- se las trae. Soy
rara de probarme cosas en sitios públicos, porque me da apuro la mirada de los
demás que en ocasiones me importa un haba. Los
probadores con esa persona en la entradilla- que te cataloga con la mirada y
luego te sonríe con destellos de hipocresía destilada- me da (como poco) grima.
Luego vienen las estrecheces, el que nada te guste, la pereza de desnudarte y
el pensar que puede venir alguien por la retaguardia y sorprenderte en el
momento más inoportuno. El
hacer según qué cosas es un acto íntimo. No sé, por decir alguna… practicar
sexo. Pero por lo visto para el fulano del que les hablo insertarle un pene fulminante a un cacharro de
goma en medio de una tienda es de lo más
cotidiano. Vamos, como fumarte un cigarrillo después del café. Ya les digo que me impactó, no por el hecho de
la cara dura, no por exhibicionismo (que creo que no lo es si no sabes que te
miran) sino por la facilidad de la criatura en cumplir sus deseos, por el
vaivén que le metió al cacharro de marras que yo no sabía ni que existiera y
por la descarga de la grabación tan multitudinaria. Después
algunos critican de “los artificiales” que se están poniendo de moda para
acompañar a gente que quiere sexo como el de los burdeles, pero sin que el
objeto del escarnio sea carne inmigrante para desgracia de una sociedad que
mira para otra parte. Respeto la libertad de los demás siempre que no vulneren
la de nadie y el de la nalgada, salvo ensuciar el producto con sus epiteliales
y jugos -que me imagino que a la dueña del sex shop le tuvo que sentar de
narices-tampoco es que hiciera nada malo. Auto-complacerse. Que tampoco está
tan mal para echarte encima a la vida. Lo de las
acompañantes artificiales (robots para el argot de los antiguos) venidos a más
para uso sexual no es más que demanda y avances científicos que no sacamos
vacunas para el cáncer porque no hay fondos suficientes para la investigación ,
pero sí juguetes sexuales de todo tipo porque el cliente los paga. La
verdad meridiana es que si no hubiera clientes de burdeles, a las chicas no las
secuestrarían en los países marginales, no las mentirían- ni violarían - para
después dejarlas tiradas en medio de la nada cuando se ajan o aburren al
cliente. Si no
fueran legales los burdeles no proliferarían al lado de autovías con carteles
de neón donde chicas sonrientes ofrecen no solo la nalgada, sino ser
protagonista de tu sueño pornográfico. Luego todo es mentira como el horno que
cocina solo con un dedo o las recetas que no te salen ni machacándote diez
horas en la cocina. No veo
mal que los avances se pongan a favor de que la gente tenga sexo sin perjudicar
ni involucrar a otros, sino con lavadoras de más prestaciones. Todo lo
contrario. Hay cosas que nunca cambiaran. Y gente que nunca leerá un libro. Hay
camino que recorrer para todos y antes de tirar la primera piedra deberíamos
mirarnos en un espejo, uno irrompible por si las moscas. Porque somos simios
avanzados, sin inteligencia artificial sino con uso de herramientas que nos
llevan al espacio y a las profundidades más abismales del ser humano, esas en
las que se mata a un niño por celos o se quema a los propios hijos antes de que
la madre tenga la custodia. Supongo
que para esos –moralmente- no hay remedio, porque no hay condena que pague eso.
No hay redención, ni perdón más que en los cielos. Pero lo de las nalgadas no es
de pena capital sino de frugalidad palmaria. De principiante que no sabe que
las cámaras están para sabotear intimidades, como los probadores con personal
aséptico que ni te mira, con pasillos estrechos como la conciencia de un
político al uso. Con niños corriendo entre ellos y tu acompañante desplazando
la cortina en el momento en que tus apéndices están al aire.
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