viernes, 30 de marzo de 2018

PALMARIOS


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No sé si han visto el video del que está en un sex shop, ve unas nalgas de goma, saca su apéndice sexual y lo inserta sin más dilaciones. Aluciné cuando lo vi porque probar el producto- según el que sea- se las trae.                                                                                                 Soy rara de probarme cosas en sitios públicos, porque me da apuro la mirada de los demás que en ocasiones me importa un haba.                                                                                     Los probadores con esa persona en la entradilla- que te cataloga con la mirada y luego te sonríe con destellos de hipocresía destilada- me da (como poco) grima. Luego vienen las estrecheces, el que nada te guste, la pereza de desnudarte y el pensar que puede venir alguien por la retaguardia y sorprenderte en el momento más inoportuno.                                                                                              El hacer según qué cosas es un acto íntimo. No sé, por decir alguna… practicar sexo. Pero por lo visto para el fulano del que les hablo  insertarle un pene fulminante a un cacharro de goma en medio de una tienda  es de lo más cotidiano. Vamos, como fumarte un cigarrillo después del café.  Ya les digo que me impactó, no por el hecho de la cara dura, no por exhibicionismo (que creo que no lo es si no sabes que te miran) sino por la facilidad de la criatura en cumplir sus deseos, por el vaivén que le metió al cacharro de marras que yo no sabía ni que existiera y por la descarga de la grabación tan multitudinaria.                                                                                                                        Después algunos critican de “los artificiales” que se están poniendo de moda para acompañar a gente que quiere sexo como el de los burdeles, pero sin que el objeto del escarnio sea carne inmigrante para desgracia de una sociedad que mira para otra parte. Respeto la libertad de los demás siempre que no vulneren la de nadie y el de la nalgada, salvo ensuciar el producto con sus epiteliales y jugos -que me imagino que a la dueña del sex shop le tuvo que sentar de narices-tampoco es que hiciera nada malo. Auto-complacerse. Que tampoco está tan mal para echarte encima a la vida.                            Lo de las acompañantes artificiales (robots para el argot de los antiguos) venidos a más para uso sexual no es más que demanda y avances científicos que no sacamos vacunas para el cáncer porque no hay fondos suficientes para la investigación , pero sí juguetes sexuales de todo tipo porque el cliente los paga.                                                                           La verdad meridiana es que si no hubiera clientes de burdeles, a las chicas no las secuestrarían en los países marginales, no las mentirían- ni violarían - para después dejarlas tiradas en medio de la nada cuando se ajan o aburren al cliente.                                           Si no fueran legales los burdeles no proliferarían al lado de autovías con carteles de neón donde chicas sonrientes ofrecen no solo la nalgada, sino ser protagonista de tu sueño pornográfico. Luego todo es mentira como el horno que cocina solo con un dedo o las recetas que no te salen ni machacándote diez horas en la cocina.                                          No veo mal que los avances se pongan a favor de que la gente tenga sexo sin perjudicar ni involucrar a otros, sino con lavadoras de más prestaciones. Todo lo contrario. Hay cosas que nunca cambiaran. Y gente que nunca leerá un libro. Hay camino que recorrer para todos y antes de tirar la primera piedra deberíamos mirarnos en un espejo, uno irrompible por si las moscas. Porque somos simios avanzados, sin inteligencia artificial sino con uso de herramientas que nos llevan al espacio y a las profundidades más abismales del ser humano, esas en las que se mata a un niño por celos o se quema a los propios hijos antes de que la madre tenga la custodia.                                                    Supongo que para esos –moralmente- no hay remedio, porque no hay condena que pague eso. No hay redención, ni perdón más que en los cielos.                                                    Pero lo de las nalgadas no es de pena capital sino de frugalidad palmaria. De principiante que no sabe que las cámaras están para sabotear intimidades, como los probadores con personal aséptico que ni te mira, con pasillos estrechos como la conciencia de un político al uso. Con niños corriendo entre ellos y tu acompañante desplazando la cortina en el momento en que tus apéndices están al aire.

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