Quieren callar las
bocas de gente que se dedica a los rumores en el caso del niño desaparecido en
Almería. No lo dicen por los profesionales de las noticias que no hay que negar
que un tema de este calibre da para muchos minutos de audiencia, sino porque
ahora casi todo el mundo tiene una alcachofa en la boca gracias a las
redes. La
gente habla y retransmite sus emociones, sin filtros. Lo que piensan, lo que gestan y hasta lo que
defecan sin que les importe un pimiento lo que lleva esa opinión de dolor
intrínseco para gente a las que afecta de manera directa.
Gabriel necesita que lo encuentren. Los suyos necesitan que lo
encuentren y a los de la Fuerzas de Seguridad no les va nada bien que haya por
ahí teorías conspiranoicas del tipo “expediente x” porque les lleva tiempo y
esfuerzo- que podrían dedicar a pistas más fiables- el deshacerse de ellas.
Cuando desaparecieron las niñas de Alcasser los periódicos y la televisión se
volcaron. Puedo recordar -con vergüenza ajena- programas que nos sacarían ahora
los colores hablando de ese tema. Aunque las audiencias mandan y las cadenas y
el dinero de los patrocinadores y anunciantes. El dinero lo es todo porque el mueve
el mundo y las emociones. Al consumismo lo idolatramos como al único dios que
de verdad nos llena. Por eso dudo mucho que la buena voluntad de todos aquellos
que quieren encontrar a Gabriel -acallando rumores- vaya a buen puerto. Nos
hemos acostumbrado a los juicios paralelos, a opinar sin saber- ni medir- lo
que decimos y por supuesto a tuitearlo , para hacerlo correr por las redes lo
máximo posible. No creo que no nos importe el desenlace de un crío que jamás
debería haber desaparecido, del que a todos nos pesa cada segundo que pasa
lejos de su madre . Pero aun
así nos alimentamos de rumores, de ese morbo calentito y familiar que nos
reconcome por dentro. Nos encanta ser- y estar - con el mundo mirándonos
durante algunos instantes que no llevarán a nada como esas borrascas que nos
parecen infinitas y a las que olvidamos hasta el nombre en cuanto la siguiente
se avecina por el horizonte. Hay una larga lista de nombres preparados para
ellas, para cada una de las borrascas, de los huracanes, para las tormentas
frías y lluviosas que pasan como los años, el color del cabello o la inocencia que
solo puede converger en las pupilas marrones de un crío de poco más de ocho años.
El
dolor por la impotencia, el miedo , la frustración y la ignorancia de dónde
puede estar tu hijo debe ser tan grande que los rumores no hacen mella más que
para minar un poco más la esperanza que se deshace- poco a poco- como las gotas
de lluvia intensa cuando despega el cielo de repente. Todos los esfuerzos
deberían ser para Gabriel. Lo mejor que se encontrase en cualquier momento. Que
su madre lo pudiera abrazar ahora mismo mientras escribo este artículo que
quedaría rancio como el pescado pasado, porque la realidad se impondría y un
niño nos habría regalado un perfecto día de sol radiante, aunque lloviera a mares y la tormenta Emma aun
azotase nuestras costas y nuestras
calles. Gabriel
no necesita rumores sino investigación. Que les dejen trabajar a quienes saben,
que se callen los profetas de la verdad escondida bajo las faldas de una mesa camilla,
tertulianos sin mala fe sino con contratos de puntadas, de exclusivas a golpe
de martillear conciencias sean de quien sean. Debería
haber una frontera que no trasvasar jamás. Esa que se ve en los ojos de padres
desmembrados, de madres que claman por justicia carcelaria porque pasados los
años aun no puede saber dónde está el cuerpo de su hija. No
ayudan los rumores, ni los pensamientos, ni las difusiones, ni los acompañamientos
para luego pasar a otro tema y dar en el “me gusta” de un gif de un gato palmeando
una bolita. Por principios, por humanidad o quizás tan solo porque tiene ocho y
no sabemos dónde está y su madre necesita abrazarlo.
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