El Juncal es un barrio
sin mucha chicha más que devanar los días entre gente trabajada. Hay una iglesia
y muchos bares, casitas bajas y algún edificio de pisos. Su tienda de chuches,
sus tres peluquerías y un centro de distribución de viagras ilegales. Se nos acaba el
Carnaval y quemamos las miserias, que en gaditaneo toma forma de mujer vieja y
consumida, a la que siempre hemos llamado “la Bruja Piti” mientras la
abrasábamos en llamas .
Ya ven qué desgracia la nuestra que no nos basta el paro- en el que
superamos en ranquin a cualquiera- sino que
además en nuestras tradiciones está el quemar a las diosas prolíficas y
benefactoras que daban la vida, pero que los del lado oscuro de la tela
transformaron a su antojo en brujas diabólicas. Lo
mismo decían de madres solteras, de mujeres libertarias que se hacían a sí
mismas y de las de mal vivir, como las que rechinan
dientes por la prostitución a secas, que no hay como empolvarte la nariz sin
lubricante afectivo que te consienta. Ya les digo que el Juncal es barrio corriente y normal y se lo cuento
con pelos y señales, las de los míos pequeños que han echado dientes en las
pistas de su Pabellón Deportivo y en las canas que han surcado las raíces de mi
casco, vestidas en colores por las buenas manos de dos hermanas peluqueras que
se sacan las castañas del fuego, como antes que ellas hicieron todas las de
nuestra casta. A
los del lado oscuro les encantan los oropeles, luego dan pena a la llegada a
los juzgados. Algunos dimiten de la vida y se paran los procesos- como en los
casos de bebés robados y cobrados - en los que mujeres tocadas por hacer el
sumo bien, jorobaron la vida de madres solteras que no querían dar a sus hijos.
No estaban tocadas las de los burdeles a los que iban dirigidas las pilules que
vendían los de la Cruz del Sur en el Puerto Santa María, como mucho jodidas de
que la vida les sea tan perra, más o menos como anualmente la Bruja Piti sin
que Concejala de Igualdad se haya dado cuenta . Porque igualamos a pisadas
cortas, mientras los maltratadores apisonan con petardazos. La imagen lo es
todo, las portadas de los periódicos, el no va a pasar nada o el callar para no
tener problemas. Más daño hace el que consiente que el que da el primer paso,
porque visualmente quemamos viejecitas arrugadas y maltrechas por la vida, al
tiempo que lapidamos a las que trabajan en un burdel teniendo encima que tomar
pastillitas para que no se les borre la sonrisa. Hoy por hoy la Bruja Piti
usa condón para salir a quemarse, porque los tiempos no han cambiado y seguimos
ganando menos por hacer los mismos trabajos, mirándonos en nuestra imagen para
ser la más guapa y recortando nuestra conciencia según el largo de nuestras
faldas. Los hombres nunca nos dieron nada, se lo arrebatamos. Porque somos nosotras
mismas las que nos aligeramos unas a otras, desplumándonos. Nosotras las que consentimos,
nosotras las que callamos. Perdonen pero tengo los ovarios revueltos. No es el ciclo,
es que acaba el Carnaval y ya me huelen las axilas a madera chamuscada,
mientras las verrugas florecen en mi cara y la nariz se me perfila totalmente
hebrea. El barrio de Juncal no es más que
otro barrio, no del Puerto de Santa María, sino de nuestra vida. Barrio que hasta tiene
una tienda de chino- de toda la vida- con niños que hablan español mejor que
ustedes- y yo -porque lo han mamado mientras hacían los deberes en la
trastienda. Con gente trabajada que hastía de paro, con distribuidores de
pastillas que vienen de Asia como los bodis de estraperlo que antes capeaban por
Gibraltar y ahora lucen las desgraciadas que solo son neón y pesadillas. Calladas
y resignadas a que nunca vengan” los Vengadores de Marvel” a rescatarlas. Es el
cuento de Calleja de nunca acabar, mientras las portadas dan la absolución a víctimas
que nunca lo fueron por sentencia judicial que eleva al cielo a los dioses del
Carnaval apegados al dorado suelo.
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