Cuando te pones a escribir siempre hay alguien
que se sienta a tu espalda. Son dudas que forman cuerpo porque tienen
solera.
No sé si es peor que te digan que el niño que creías robado está-
finalmente- enterrado o que donde creías que reposaba en paz no está, pero que
no se sabe qué es lo que ha pasado.
Es la esperanza, la misma perra que
lleva a los políticos del tres por cuatro a hacer malabares mientras se
descubren sus fechorías. Luego la prensa lo dispara o su abogado lo admite, pero
todo sigue igual porque para un millonario gagá
es guano de gaviota lo que nos pase a los demás dentro de 25 años.
A la gente que roba bebés - a los que seducen a menores, a los políticos
chupadores del poder - les da igual todo lo que no les afecte porque se creen
intocables en tiempo presente. Cuando
pasen los Carnavales nos volveremos a poner las caretas y tiraremos del carro
echando por la boca piedras. Por
la bondad de la climatología que nos regala el sur, los indigentes sin techo-
más que el cielo sobre sus cabezas-no perecerán al frío pelón que se les
engarrota en el alma. No se irán -sin
sus cacharros de faraón ajado- a la barca de Caronte sin óbolo que los guarde,
sino que pulularán ignorados y escondidos de nuestros ojos, oídos y
pensamiento. Ejército de muertos que aún no están muertos.
Es la certeza del que ha encontrado un cadáver la que hace que cierres
duelo. El dolor extremo el que impulsa a los padres de niños asesinados a pedir
cabezas cortadas, pellejos secados al sol y penas que los aparten de la
reincidencia. Es la que se clava en las carnes como hierro candente porque en el futuro no podrás abrazar al hijo
que perdiste recién nacido, porque yace donde te dijeron. Somos
sacos de esperanzas, de dudas, de recelos, de amores sin rosas rojas sino pesos
en los pulmones y la garganta. Llanto salobre que se nos encaja en la mandíbula
porque queremos a los nuestros que son lo que nos dan la cercanía , nunca la
Humanidad desaforada, ni la Naturaleza, ni siquiera la Tierra que nos protege y
acoge con total gratuidad y entrega.
Cuando nos ponemos a escribir se nos sientan detrás las voces inmemoriales
de los que nos odiaron y amaron, sus redichos, sus soniquetes y sus fanfarrias
para hacernos desistir de empeños tan irreales como los gigantes de Don
Quijote. No les miramos nunca de reojo porque sabemos que los veríamos
punteándonos con su mirada sin ojos, apuntándonos con su mano sin dedos o
cortándonos -de un tajo- el poco resuello que nos queda. Son dudas que nos
corroen y machacan, que nos hacen tuétano de babas muriéndonos bajo un
Balneario abandonado a las horas más bajas de una gélida madrugada. Dolores
ancestrales porque amamos hasta la médula sin que tengamos remisión de penas,
ni reinserción por San Valentines pasados.
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