viernes, 23 de febrero de 2018

DE UNA TERRIBLE ENFERMEDAD


Antonio Fraguas, Forges, en 2014.
Ha muerto Forges llevándosenos la genialidad que se pertrecha en este país que tanto amaba. No se quiere más por blandir banderas, ni llorar pasodobles con letras amancebadas.                                                                                                                                 Ha muerto de cáncer. Como la Sombra que yo tanto amaba porque era mi país y destino deseado. Hay algo que odio más que la muerte en agonía, más que los miserables. Es el camuflar lo que ha pasado maquillándolo con desvergüenza. Eso pasa con el cáncer que se obvia para que no dañe, doliéndonos más a los que lo masticamos como resina amarga.                                                                                                                                            Una de las cosas que más me lastimó cuando murió la Sombra- y ya les digo que es difícil de escoger , porque hubo mucho y muy malo- fue que leí una esquela que le habían escrito poniendo “murió de una cruel enfermedad” sin decir nombres, ni apellidos. Estoy segura de que no lo hicieron con mala fe, pero parecía que era algo vejatorio nombrar esa enfermedad con el nombre que lleva, Cáncer.                                         Durante mucho tiempo él mismo, ese hombre que yo tanto amaba en presente permanente, también la ninguneó hasta que se lo llevó como a Forges y a tantos otros a los que los retira de la circulación con sinónimos confusos de ”largas enfermedades”, penosas luchas” o “cruentas y perdidas”. Igual que la violencia de género, que el acoso en las aulas o el maltrato infantil deberíamos visibilizar el cáncer, no como ofensa al género humano sino como prevención, lucha y batalla a ganar hasta su completa y total cura. Eso no se conseguirá jamás si metemos la cabeza en un hoyo oscuro medieval sin que proveamos fondos para la investigación y desarrollo de vacunas, dotando a gente preparada que entregue trabajo y vocación a ello.                                                                   Las esquelas no me gustan y los obituarios tampoco, las flores de muerto resecas se quedan en tumbas – osarios- llenas de uñas, cabellos y otros restos que nada dicen del que los poseyó. En cambio, las guerras contra los enemigos sin patas, ni cuerpos físicos me dan la vida- y a ustedes también- porque son futuro glorioso de todos nosotros, alzados sobre nuestras lacras muriéndonos sin” terribles y largas enfermedades” que solo desencadenan miseria, dolor y - créanme- mucha rabia.                                                   Hay que financiar la investigación y dejarnos de fondos reservados, hay que bajar a los políticos del pedestal y llamarles a la cara “humanos” porque van a morir también, de una” terrible y callada enfermedad” que tiene cura, como todas gracias a la investigación y a que el dinero que necesitan no se vayan a idioteces.                                                                Forges se ha ido – como los que se duelen saben hacerlo- calladamente,  a bocanadas de vida pasada, de viñetas que nos abrieron los ojos a tintazos de sangre negra. Con “Marianos” huesudos y “Conchas” tan ufanas y elegantes que no daban grima sino  ternura. Grande en su humildad, crítico hasta el final porque este país que tanto amaba necesita muchos héroes de la cotidianeidad para empezar a andar con la mirada puesta en el horizonte.

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