ANUAL
Llevo mal la vejez. A veces
creo que estoy en una cápsula del tiempo. Los idiotas solo tienen más arrugas,
los “malasangre” dientes implantados. Me veo a mi misma y sigo igual, perennes
dedos sobre teclas sin que pase nada , ni se mueva el mundo.
Ha pasado un año porque lo dicen los calendarios julianos que se
hicieron por amor para jorobarnos a todos y robarnos la cordura de las
estaciones en la cara y los fríos inviernos.
Se hace
fiesta de lo más usual porque necesitamos el olvido del pasar el tiempo
matándolo con aburrimiento. Ya ni vemos escaparates de juguetes, ni compramos
turrones en octubre , ni noviembre. Nacimos empachados de noticias, de amistades
consensuadas y de ritos paganos que no destilan ni sangre, ni sudor, ni
lágrimas. Incluso “Gran hermano” se
ha desfasado y ya buscan cómo comernos el coco con otra payasada. No
crean que estoy deprimida por el nuevo año, todo lo contrario. No crean que me
pasa factura la falta de mi compañero. Aguanto entera. Es la duda vital de si
esto merecerá la pena, de si no será un espejismo que nos componemos todos los
días cuando nos levantamos cada mañana en un paneta que llamamos Tierra con
tanta discriminación que aún existe la esclavitud , la trata de personas y la
venta de órganos. Un planeta apegado al sol que lo protege y
mata- al mismo tiempo- con radiaciones que no sabemos a qué nos conducen pero
que nos da igual porque nacemos para oxidarnos con ese aire tan puro que se nos
mete en las células y nos las envejece y mata. Nos paren llorando por lo
que se nos vienen encima , porque la vida es trabajosa aun recién estrenada.
Nos devenimos en pateárnosla entera, en buscarnos acomodo, en leernos un periódico
local que amasamos como si fuera de la familia porque nos da la tranquilidad de
que no estamos en una burbuja del tiempo, sino acabando diciembre y pendientes
de un hilo de enero. Es
la más soberana tontería celebrar este nuevo año- esta nueva vida- porque
estamos en una burbuja temporal en la que comemos, defecamos, amamos u odiamos
para morirnos sin plazo inagotable de espera, porque somos finitos desde
nuestro nacimiento. Llevo
mal estas fechas. No sé si se han dado cuenta, pero aun así escribo porque es lo
que soy… párrafos sueltos, desmantelados y áridos como yo misma . Doy gracias
porque aun estáis ahí y no os habéis ido tirándome -hecha unos zorros -en la
más cercana papelera. De todas formas me reciclareis como a vosotros mismos,
como a la vida, como al año que ya olvidamos porque quedó atrás como los meses
vividos, nuestras penas o nuestras miserables glorias. Se recordará porque la
mente prodigiosa nos digiere todo lo que sentimos y nos lo traduce en lágrimas,
sudor y sangre. Somos
perecederos como el pescado que venden para la cena de fin de año, como los
polvorones que se enranciarán en la despensa, como los saltos de subsaharianos
rezando arriba de la valla de Ceuta, como el mar azul plagado de gritos de
gaviotas, como una estrella que se convirtió en planeta. No
es que lleve mal la vejez, es que me hago vieja. Mucha más desde que no está
quien me hacía reír, quien me reñía y gritaba mi nombre- con cálido acento-
llamándome casi todo el día. Siento un pie en la tumba del olvido cerniendo mis
días, acumulando errores -nunca aciertos- perdiendo vigor vital y acunando -hijos
de hijos- que nos sucederán donde estemos. Perdónenme pero son las fechas. No
me gusta una reunión formal. Los gritos de los niños me dan dolor de cabeza. No
bebo alcohol , ni canto , ni bailo porque soy lo que llaman en Cádiz una “siesa”.
Es la fecha, el 31 que tiene pico de insectívoro clavándosenos en la médula,
sacándonos el tuétano del tiempo, alojándosenos en el cerebro para volvernos
majaretas. Debería estar brindando por lo que hay por llegar , porque se acabe el
invierno, pero me duelen los dedos que aprietan las teclas. Ha pasado más de un
año en mi cápsula del tiempo. Estamos de nuevo a Diciembre con polvorones y
espumillón falseando las fiestas.
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