En la heladería “Otoño”
del barrio de Macarena- el nueve de enero- hacía mucho frío. No era el cambio
climático, sino el cuerpo de un difunto en el congelador al lado de las bolsas
de Navidad y los cables de bolitas. Le
habían dado fuerte al hombre porque siendo estrangulado a lazo, ya le partieron
tres costillas. Hubo
alcohol bendecido, pero no de amor sino de asesinato. Ahora
la Justicia ha condenado a la heladera- grande y rubia- a pasarse doce años de
su vida haciendo macramé entre reclusas. No
lo pasará mal porque pobre de la que con ella se cruce que en los ojos se le ve
la amargura carácter y la sangre muy fría. Sus
hermanos buscaron -y hallaron- la eximente de estar embriagada, porque
declararon a la perfección para quitarle años de encima. Sin
embargo, los policías que encontraron el cuerpo la vieron entera y negándose a
dejar entrar en el local sin la pertinente orden judicial. Son
incongruencias que -en el juicio popular -han salido a la luz antes de dictar
sentencia. Pero lo peor es que no se sabe qué paso esa noche del ocho de enero
con los niños aun sin ir al cole, en casa disfrutando de lo que les habían
dejado los Reyes Magos. El
finado tenía cinco hijos que han recibido cada uno- o recibirán- 25000 euros.
No es poco me dirán , pero nunca el valor de un padre que iba a ver a una
heladera- rubia y desbocada- dos días después de Reyes. Es dura la vida sin padre, de “lobo
solitario” dijo Steve Jobs. Pero lo debe ser mucho más cuando a tu padre lo han
asesinado y en cualquier esquina de Macarena se escuchan comentarios y diretes
sobre el hecho. No
es solo la muerte-asesinato- de hace un año sino luego el juicio y la
sentencia. Año y medio de dolor y vejación en boca de muchos. El
paso del tiempo no habrá borrado la sorpresa, la impotencia, el dolor, la
humillación y otra vez -de nuevo revenidos-la rabia en forma de frustración que
quema. La
heladería “Otoño” quizás se haya convertido en uno de eso locales apagados y
ciegos donde la dueña se menea hasta la puerta, esperando clientela. Quizás
esté maldito porque un hombre dejó allí su vida, reposando en un congelador
después de haber sido apaleado y estrangulado. Dijeron
los policías que parecía dormido. Lo mismo
lo estuvo hasta que la rubia le echó el lazo como a un galgo de esos que
siendo grandes cazadores- cuando renquean- los atan a una rama y los cuelgan
para que su propio peso ejecute la faena torera de darle muerte lastrada. Hubo
alcohol en una heladería que tenía un congelador vacío esperando un cuerpo.
Porque el “Otoño” se convirtió en invierno y las luces de Navidad se fueron
apagando, los escaparates desvencijados y huecos, sin regalos. La dueña del
local en la puerta esperaba a los policías, ebrio el aliento de muerte ejecutada.
Rubia y de mirada oscura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario