El otro día la amiga de
mi hija se asombraba de que las mujeres con quince se pudieran quedar
embarazadas. Iban haciendo cuentas de cuántos años habría tenido la madre de
una compañera cuando se quedó embarazada sacando en conclusión el mágico número
de 15 años. Les informé – lo más natural que pude- que las mujeres gestan a
partir de que menstrúan, pero como sus gónadas están despobladas se me
perdieron en el invento mientras íbamos a los entrenamientos. No
me extraña la noticia de que una niña de 12 esté embarazada. Las oigo cantar
requetones que hablan de camas y amores carnales como si fuera la cosa más
normal del mundo , mientras sé de compañeras de mi hija que ya el año pasado
burlaban a los profesores para meterse besuqueos babosones dentro del recinto
escolar. Me
dirán que por qué no dije nada – los más represores- o por qué lo digo ahora-
los más liberales- cuando ya todo ha pasado. Sinceramente con los hijos de los
demás no ejerzo ni de madre, ni de vigilante más que si se quedan a mi
custodia. Tampoco es que los besos sean algo que pueda traer más consecuencias,
pero lo cierto es que permitimos ver y hacer muchas cosas que a los menores de
dieciséis les perjudican. Internet está ahí omnipresente hasta en la sopa con
cantidad de contenidos descargables que ni tocan como los grandes museos o las
enciclopedias. Los besos no son nada, pero la parejita del colegio que se
encontraba a destiempo se deshizo porque le chaval quería apretar el beso
rozándose con más fuerza. Otra niña le metió manteca de cacao desde atrás
porque las mujeres -aún con las gónadas despobladas- ya hemos aprendido la
lección de que es mejor protegernos entre nosotras. El problema no son los
besos sino la aceleración, el carmín en los labios, la depilación láser o la
cera en axilas despuntados los once. Los pantalones metidos en las nalgas, el
suéter levantado con sostenes de aro y la cara punzando una mueca que simula un
beso. No sé qué hemos hecho mal, pero sexualizamos a nuestras niñas
avanzándolas diez años tan deleznablemente como hacen con las africanas a las
que mutilan los genitales para casarlas con la honra – hasta la médula- intacta.
Es la otra cara de la moneda porque a las nuestras las mutilamos de jugar con
muñecas, de hablar de tonterías, de cantar canciones acharoladas porque los
requetones, las series de jovencitas de Disney y todo lo que les caiga en las
manos vía internet las trae locas de atar. Podemos protegerlas de casi todo
menos de sí mismas, de sus deseos incontrolados de parecerse a las modelos que
desfilan por las pasarelas creyéndose Ángeles para ociosos de la retina que
beben cerveza mientras la riman con erecciones espontaneas. No estamos hechas
las mujeres para alegrarle el día a nadie, ni aun siendo niñas para que nos
preñen por descuido mentes sin educar. El cerebro debería estar desarrollado al
mismo tiempo que el cuerpo, porque no es justo que se nos desplieguen los senos
cuando aún no bailan el vals las neuronas. El caso de la niña de 12 no será más que un quebradero de cabeza para
la cría, un disgusto mastodóntico para los padres y el chismorreo de moda en el
colegio. Suerte tendrá- ya que es menor-si no le ponen etiquetas y la dejen
puñeteada como a esas tantas otras a las que le cayó la ofensa como si fuera
nacida con género por dejarse preñar o cohabitar con uno del sexo convexo.
Lástima de cría tan chica que no pudo ver más allá de los hechos porque no
tenía capacidad para saber lo que estaba haciendo . Se dejó llevar por los
impulsos , las hormonas y la poca información que no hay como mirar internet-
todo el santo día- nada más que para saber lo que chismorrean los amigos.
La
amiga de mi hija dice que ella tendrá a su prole a partir de los 37. “Eso con
suerte”- le dije yo en voz baja mientras conducía pensado en lo que cuesta
ahora situarse, encontrar pareja estable y además equilibrar tu vida lo
suficiente como para reproducirte. No me quito de la cabeza a los padres, la
cara que se les pondría porque fueron al hospital por un dolor abdominal muy
fuerte para una cría de doce años.
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