Empezó el curso escolar
transmutando el colegio porque las veteranas ya aspiramos salidas, mientras las
iniciadas presentan proas abultadas en el peregrinaje por preescolares. Pero no
es solo el colegio el que vulnera nuestro horario de independencia, sino las
extraescolares que nos llevan a hacer kilómetros sacando a los niños a paseo.
No llevamos solo a los nuestros sino que apañamos viajes engrosando las filas y
apretando sillones para que quepan los máximos permitidos en ese corto espacio.
En la niñez de mi amigo Evaristo Cantero- relatada magistralmente por él en
nuestros albores de Derecho-su abuela Pilar acompasaba la tranquila conducción de
su abuelo Manolo con Padrenuestros y Avemarías, mientras reñía a los nietos que
-desde los asientos traseros -iban dando morcilla en barra. Era Doña Pilar
majestuosa matrona, maña ella, de belleza -heredada por las hijas- inolvidable
y cercana. El abuelo era pan bendito, bueno hasta la médula con los ojos más
risueños y bondadosos que hubiera. En semblanza a aquellos viajes-
desgraciadamente sin abuelo que me vele- yo (que aún no soy abuela) me persigno
en silencio cada vez que escucho atrás risas y suspiros porque ya vislumbro la
adolescencia, el acné y lo que ello conlleva. Ahora somos madres de muchos menesteres,
tantos que se nos disipa el día y nos enturbia la noche el querer ser
meritorias para tantas labores como nos metemos en vena. Las extraescolares lo
son…El inglés, las matemáticas, ahora el francés y como no los deportes, que en
el caso de los míos consiste en meter canasta para gloria de los que dominamos
gradas como gavilanes, plegadas las alas cuando los críos pierden. Hay aficiones
y aficionados, padres y madres de quita y pon y los de siempre -de ley- como
los abuelos de Evaristo. No llegan mis magras para sacarme el carnet de madre
estrella que tienen conocidas mías que llevan a la prole – desde el Puerto- a
Cádiz para que estudien idiomas, música, o ballet. No llego ni mucho menos a
aquellos que combinan con más familia el llevar- varios días a la semana- a la
prole de Sanlúcar a Cádiz para que juegue al futbol o del Puerto a Cádiz para
que lo haga en el Gades o de san Fernando a Sevilla para que disfrute en el Betis.
Somos de la mejor calaña, porque pensamos que estas criaturitas- en ese mañana
que nadie ve- nos apuntarán con el dedo acusador diciéndonos que ellos nos son Joaquín
o la Paz Padilla porque no pusimos de nuestra parte. Mientras elucubramos
batallitas que contar a los amigos, vaticinamos hipotéticos resultados y nos
hacemos amigachos de las aficiones contrarias porque hay muy buena gente solo
intentar ver que los deportes son educación y vida combinadas. Al final te vas
a casa con lo importante, que son tus hijos, sus sudores, los abrazos- dados o
no- y esas miradas cómplices que el entrenador detesta- echadas a hurtadillas- desde la pista hacia la grada
donde mamá-taxi asienta sus enormes esperanzas.
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