lunes, 25 de septiembre de 2017

MALOS AL VOLANTE

Resultado de imagen de atropello de una anciana en sanlucar

No es la norma, es su incumplimiento el que determina que solo por poco más de 2000 euros puedas llevarte la vida de una persona. Si le metes sacas de puñaladas vas a chirona, pero si te saltas un paso de peatones solo será condenado a pagar una multa. “El Mangui”- torero retirado- atropelló mortalmente a Gertrudis Jiménez de 79 desplazándola más de cinco metros.                                                                                      Dice la sentencia que no iba bebido, pero sí distraído porque ni se percató de que la anciana iba pasando, ni reaccionó para frenar en el acto el Touran que cabalgaba.               Por ello se rebaja la pena al “Mangui” al haber padecido- dos años antes- un ictus cerebral que le impedía actuar con la suficiente diligencia.                                             Me da miedo esto, se lo confieso. Cuando pongo los pies en el coche, cuando me ajusto el cinturón, cuando pongo el retrovisor en su sitio- y las caras de los míos se reflejan en la luna- siento un intenso miedo.                                                                                                Los coches destrozados, los quitamiedos abatidos en los barrancos, las volteretas que empujan a la gente a salir despedidos y los testimonios de los que sobrevivieron a un impacto. Cuando encima llevas en la trasera niños de otros y en una rotonda te pasa un descerebrado -sin sexo que guardar- por la diestra que tienes que tomar- haciendo un revés inverso- ya ni les cuento.                                                                                                       Mi amiga argentina – en esas benditas ocasiones-declama las yuxtaposiciones latinas al ritmo de bachata, mientras yo sonrío – que para eso soy ibérica de magras- como la lagarta de V cuando se zampaba una rata. No es para tomarlo a broma lo sé de sobra , pero díganme qué se puede hacer cuando la justicia no repara lo que el hombre destroza por su imprudencia. Porque nunca es reparable la existencia, ni la cárcel devuelve nada a las familias, tampoco las indemnizaciones por muy cuantiosas que sean, porque la vida libremente vivida es intangible e invaluable. La falta de respeto a los demás y la estulticia son endémicas. Se transmiten de padres a hijos saltándose generaciones, permitiendo que las víctimas cero sean una utópica maravilla difícil de conseguir en este mundo nuestro más interesado en el nuevo Gran Hermano que en los tesoros incalculables de cualquier biblioteca de barriada.                                                                            La gente se droga como antes comulgaba, los jóvenes se lo infiltran en vena y luego pasean borrachera a cuatro ruedas no solo matándose -que ya es necedad -sino reventando al que tiene la mala suerte de ir cerca. Vas pidiendo angelitos- de cualquier color -que le quiten de en medio a ese que llevas delante- que hace eses encurtidas -o al que se salta los cedas el paso o los stops o lo que le echen. Meditas en las estadísticas mientras vas escuchando las risas traseras de los tuyos, tan ajenos a esto que se destila que es que hay alguno a los que les importan los demás una pifia.                                                                           No creo que “el Mangui” esté bien, no por las secuelas del ictus sino por Gertrudis que se le aparecerá mil veces volando por los cielos sin poder hacer nada para salvarla.             Fue un instante que se repetirá en su conciencia infinito, quizás hasta el mismo momento que él muera.                                                                                                                  Por eso los 2000 euros no son pena, ni indemnización la del seguro del coche para sus familiares, porque Gertrudis era autónoma y seguro que gozaba de esa vida que se asienta en barrios altos y bajos de Sanlúcar,  en sus mareas traviesas con guiris nacionales a pie de sombrilla y ese sol a raudales que marca las líneas de cebra, tan intenso que – a veces- ciega el entendimiento.                                                                                     No es la norma quien nos protege, sino el respeto, la empatía hacia la vida de los demás y el sabernos hábiles o no, aptos o no para llevar una escopeta cargada. Porque si no te pones ante un toro ebrio de droga o alcohol,  ni sin las óptimas capacidades físicas o mentales, tampoco deberías hacerlo ante un coche de unas dos toneladas que embiste -como morlaco loco perdido- a las Gertrudis que pasean su alma a pisadas. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario