lunes, 18 de septiembre de 2017

LOS BAJOS DE UN AUTOBÚS

Resultado de imagen de un menor se ensconde en los bajos d eun autobus

Qué le debe llevar a un menor a plegarse para buscar una salida. Porque debe tener un componente importante de fantasía al igual que la creencia de algunos jóvenes ( entre los quince y los diecisiete ) que piensan que encontrarán trabajo en menos de un año y- encima- les pagarán al mes 1.500 euros.                                                                                                             Luego lees denuncias de padres de menores abusadas en plena calle por pandillitas de macarras recluidos en centros, pero que en sus evasiones clandestinas  intentan perpetuar conductas encastradas ideológicamente.                                                                                    No me tachen de radical pero no creo que se pueda importar a una persona y cambiarle el alma. Si mastican fat food televisiva sabrán que hay un programa que trata de matrimonios entre inmigrantes y americanos que les posibilitan a los primeros la residencia legal en el dorado país.                                                                                        Aquí importamos pateras pero no sociabilizamos -ni educamos- y luego se nos ve la portañuela en las calles vendiendo pañuelitos o acorralando -para toquetearlas- a menores de trece en su propio barrio.                                                                                        El menor que se plegó en los bajos del autobús pensaría que aquí todo era gloria como los inmigrantes que camelan a un gordito americano para pasar la frontera más dura , pero después la vida se impone y estás acampado en ruinas esperando trabajo en un vivero por pocos euros o el americano que creías Onassis tiene más trampas que un pajarero.                                                                                                                                    Es magnifica la solidaridad, la empatía y la verbalidad impresa en unos labios que esporan maravillas, pero pronto esos emigrantes nos son tan diferentes como nuestros propios hijos a los noruegos o los suecos.                                                                                       Los que un día fueron nuestros niños- a los que hace nada cambiábamos pañales- se nos van a mares profundos comedores de almas. No en los bajos de un autobús sino en la cubierta, con el estómago encogido y sin saber qué dicha les deparará el mañana. No son ilegales pero les miran de medio lado en esa Europa rica y pija que nunca nos quiso a los latinos sureños de piel tostada , gastadores a dos manos. Somos pueblo- para ellos- de camareros y “señoritas”, servidores de café y cubatas con sol a raudales caminándoles por la  chepa.  Ahora que hemos crecido y nos va la marcha luxemburguesa adobamos -los pañales de adultos- a jubilados pálidos como vampiros que vegetan gracias a unos impuestos que pagaron en vida que asustarían hasta al Ministro Montoro. Para eso hemos quedado- no se me escancien- para darles derecho de pernada con nuestros hijos y escandalizarnos cuando leemos que pandillitas de ilegales han acorralado a dos niñas que podrían ser hijas nuestras. Porque la verdad tiene raíces pervertidas, confundidoras y bipolares como las fronteras, las pateras y las leyes que separan almas que – en algún hipotético sueño adolescente-nacieron hermanas. Plegatines de huesos jóvenes repletos de calcio, sin artrosis ni fibromialgias, apreturas de cuerpo presente en una jungla que da pasos agigantados, comedora de inocentes, de rabiosos y amargados.

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