lunes, 29 de mayo de 2017

EL SILLÓN DE JUAN

Resultado de imagen de ancianos enamorados
Desde el cristal de una Residencia los días pasan 

eternos sin hacerse el tiempo.  Mientras las 

comidas no son más que aviadero de gachas y 

purés, los internos son  difuminadores de una vida 

que se les escancia por las arrugas de las manos.                     
Todo es tragedia menos la esperanza , porque esa 

canalla se adhiere a cualquier alma por poco 
pesada que sea. Isabel Carrasco no veía a Juan más que como fue hacía cincuenta años, sin notar que el Alzhéimer había hecho su trabajo . No se había dado cuenta que Juan era envoltorio de ilusiones en esos pobres huesos que se enlazaban a ella por manos sostenidas y miradas cómplices. Era hermoso verlos juntos porque se querían. Sobre todo ella que gestionaba su vida a la de él  como había hecho siempre , incluyéndose en una existencia pareja -pero no igualitaria- porque esa palabra no existía para las nacidas antes de los cincuenta. No es Isabel Carrasco mujer necia ni disparatada, tampoco una enamorada al uso con pajaritos por techo, sino que amaba tanto a Juan que se plegó a él como las velas se pliegan al viento. El sillón de Juan estaba muy cerca de la cristalera . Desde allí –enlazados-  miraban el cielo, mientras Juan discutía con el Alzheimer los humores del día e Isabel tejía laboriosamente en su Tablet. Juan había sido Guardia civil y luego enfermero, cuando las cosas se pusieron mal en esta España nuestra para los del tricornio, a los que los mamones de las bombas apuntaban con maneras. Cambió el verde reglamentario por el banco hospitalario y se rodeó de mocitas gaditanas que -con la Cruz Roja de patrocinadora -querían vestir uniforme de servicio a los demás. Siempre se me dijo que Juan tenía mal genio, pero nunca lo vi porque la enfermedad con la que lo conocí  lo había persignado con la transmutación que sufren todos los enfermos , de sanos en insanos, de alegres en mustios , pero que en caso de Juan regalaba arreboladas sonrisas y guiños cómplices a mi hija. Nunca le vi un mal gesto, lo mismo tuve suerte o estaba medicado porque esta enfermedad es toda ella una batalla diaria, que Isabel Carrasco gestionaba tan bien como su prodigioso entendimiento. No le dio la válvula del corazón más que para quererlo tanto que lo tuvo con ella hasta que se le escapó , yéndose a denunciarla porque en su casa decía “que había gente extraña que le pegaban e insultaban”. Luego de eso, el Alzhéimer arreció e Isabel tuvo un infarto. Los conocí porque ella me leía como ustedes por partir los ecos de las horas. Fue un regalo, como tener abuelos postizos para mis hijos. Ahora el sillón de Juan está solo, por un tiempo. Porque no sé si saben que en las Residencias, los enfermos están hermanados y las cosas importantes se heredan, como los sillones, como la esperanza atada a unas manos huesudas que se calientan.

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