viernes, 31 de marzo de 2017

NUESTROS PEQUEÑOS MONSTRUOS

Resultado de imagen de charlie y la fabrica de chocolate

Saben que detesto “Gran Hermano”. Me parece una fábrica de trepas sin escrúpulos, pero tiene razón Juani si no los viéramos, no existirían. Ese es nuestro calvario, tan cotidiano como la Semana Santa. En el cole de mis hijos pequeños están leyendo “Charlie y la fábrica de Chocolate”. Sí, ya sé , yo también hubiera votado por “las brujas”del mismo Dahl, porque me encanta hacer las voces de las protagonistas en acento caucásico de nariz aplastada y ceceo atrapa erres. Pero es lo que hay, Charlie tiene más tirón porque los Oompa-loompas cantan en la peli y no sé si el mensaje cala, pero la dinámica de verlos en coreografías- de fin de curso escolar- no tiene precio como el billete dorado. Los Oompas son la versión británica de Sancho Panza, con moraleja estética y sin la retranca manchega. Lo cierto es que llevan razón, tenemos lo que cultivamos y si crías niños estúpidos se te caen en la balsa de chocolate y son evacuados por ella como viles residuos. Gran Hermano crea dependientes, gente que se engancha a vidas ajenas y que no viven más que la vida pueblerina que consistía en asomarse a una ventana, escondidos tras un visillo y ver lo que hacía cada hijo de vecino. No se crean , no es rareza, es de lo más común porque lo llevamos impreso en el ADN , más que la supervivencia y sobre todo muchísimo más que la colaboración, el respeto o la solidaridad. En nuestro siglo de oro, las casas de tradición morisca que se vertían hacia dentro-escapando de las calles transitadas y de las miradas indiscretas de lo más valioso que era la intimidad - se volcaron hacia ella. Vamos que se dieron la vuelta completa, abriendo balconadas y ventanas hacia el exterior para saciar la curiosidad con lo que hacían los vecinos. Desde entonces siempre ha habido unos ojos indiscretos que miran lo que otros hacen sin importarles nada. Pero nos hemos perfeccionado y ahora a los que miramos son actores amañados, carotas que reciben talonario y no doblan espaldas porque es más fácil armar gresca y fingir amor que reponer en el Carrefour o aguantar el dolor de pies de ocho horas trabajando por cuatrocientos euros. Ese es el problema, que hemos dejado de aspirar y lo de “somos pobres , pero honrados” es una chiste rancio y acabado desde que el ganador del primer reality dejó de estudiar y se fue de picos pardos saltando a la gresca.                                        Es dinero fácilmente ganado, solo tienes que dar tuétano y hay muchos enganchados en las batallas fingidas, en los besos acartonados y el amor de edredón con sombras a lo Grey. Son nuestros monstruos familiares, tan sagrados como el camafeo de la abuela que resultó ser de hojalata y que ahora vendemos en internet para sacarnos unos cuartos e irnos en Semana Santa a la playa. Qué cantarían los Oompas al vernos la cara y peor aún qué coreografía les haría Burton  para ejemplarizarnos la jugada.

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