Antes “la Sombra” era
el fantasma oficial de la casa; apagaba luces, era el último en acostarse
arropando a todo el mundo o recogía al rebaño mayor si se enfrascaban en
charlas virtuales, por medio mundo. Cuando se fue sin ganas, quedó el puesto
vacante y -sin darme cuenta, ante la falta de candidatos- me lo han dieron por
la callada.
Apago luces que se encienden como por arte de magia, me acuesto la
última y me levanto la primera. Sé de todo y de nada para ayudar en tareas de
primaria que perfeccioné con mis hijos mayores y que -por jubileo de los
cuarenta soles- debo reiniciar por no haber pasado esa fase del juego.
En todas las casas hay un fantasma, divertido o soñador, estricto o
educado. “La
Sombra” barrenaba quejándose de que a sus cincuenta cada día tenía más
obligaciones. Era cierto, de hecho se me estrechan ahora las espaldas y pienso
cuándo seré libre de hacer lo que me dé la gana. La vida de los padres actuales
es tragicomedia, sin héroes picarescos, ni Celestinas amaneradas. Lo más,
amigas que te atraviesa y no siempre con la mirada. Pero hasta eso, fíjense
bien, es perecedero, porque la hormonación da la rabia y la vida y el tonteo, y
cuando ya no está, escancias esencia de amargura , que, en mi caso es natural
porque “la Sombra” falta y se la echa demasiado de menos y eso mata. Hay días
que se levantan oscuros y los fantasmas que poblamos la Tierra nos volvemos
opacos de pura lagrima; Otros que nos transparentamos en gradas de
polideportivos cuando el partido nos desagrada o nuestra simiente no marca. Hay
ovaciones que no nos llegan, premios que no son dicen nada y gente que nos
rodea que son de papel de estraza. Hay mucha vida por vivir , pero sin compañía
que se precie es vana. Pero como los fantasmas no pueden desistir de sus
funciones porque solo el amor los lacra, aquí seguimos levantándonos cuando el
sol descansa, con niños afeitados y menores que casi nos alcanzan en la talla,
madre de tres al cuarto que solo crece a caderas izadas. No sabemos a dónde
vamos, ni si habrá un mañana, porque los fantasmas somos atemporales, pegados a
la faena diaria que es hacer caminos invisibles sin baldosas de plata. Solo pan
y chorizo en los bocadillos , luego robados por las gaviotas en los patios de
recreo abandonados, cachondeándose de nosotras que no graznamos . “La Sombra”
sabía mucho de la vida porque hablaba con el corazón y los sentimientos, porque
cuidaba a los suyos como guardián de hierro. Quizás aún lo haga, al menos
debería, porque los buenos son tan escasos que deberían tener bonus de vidas
futuras donde los mares fueran infinitos y las arenas soleadas. Atemporalidades
cotidianas, versículos alterados a la puerta de una ducha que gasta demasiado
butano, pasos encaminados a un colegio que ya culmina su ciclo con niños largos
de talle y corazones robados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario