Sé que en esto hay
disparidad y está bien siempre que se respete al que más se quiere. El que se
muere tiene derecho a morir dignamente con todo lo que eso requiere. No podemos
envidiar al que se le parte el pecho -y muere fulminado- los que conocemos lo que es pudrirte a plazos
sentado en una silla de ruedas. Me
dirán que la asistencia sanitaria está para eso y los paliativos y los
cuidados, pero -perdónenme -a mí me pone mucho una despedida sin dolor y libremente
decidida. No nos
a dan a elegir a nuestros padres, tampoco a nuestros hijos. Como mucho a
nuestra pareja y eso si tienes suerte de dar con la bola premiada por el
destino. Pero lo que me inflama es pensar que nuestra civilización no ha
llegado a prever que dentro de nada seremos muchos los que demandaremos
asistencia y cuidados y que los fondos ya están recortados. No se me ofusquen
con el derecho a morir cuando la vida te lo depare, que no voy por ahí
demandando que maten a pobres almas que se agarran a un suspiro como agua de
mayo.
Yo no quiero matar a nadie, ni ver morir a nadie, solo quiero que me
dejen bien morir a mí y eso -para nuestra desgracia- si va aparejado de
enfermedades invalidantes, de la mente o el cuerpo, está bien jodido.
Recuerdo las
palabras de un médico de paliativos enorgulleciéndose de que en su hospital no
sufría nadie para morir, aceptando al mismo tiempo que con la medicación
adecuada el dolor no sería tanto o que en nuestro país-ahora mismo- no es
posible decidir cuándo se acaba nuestro propio camino.
Es injusto que cuando más débiles estemos no tengamos ningún derecho,
ninguna voluntad , ningún respeto para nuestras propias decisiones.
Recuerdo a muchas personas queridas con pleno raciocinio decir que
cuando les llegase la hora no querían sufrir sino pasar rápido al otro lado,
pero les costó una penitencia hacerlo. La muerte que viene de noche y
repentinamente es fantasía. Igual que parir cuesta, morirte también porque el
cuerpo está diseñado para pelear y los corazones para aguantar aunque por
dentro estés hecho miseria. Yo no quiero, no sé ustedes qué pensarán pero sea
cual sea su afán les respeto. Respétenme también a mí que no quiero miccionar ,
ni defecar en pañales, ni tener un tubo embutido en mitad del estómago, ni
dejar de hacer esto que me gusta tanto por perder la mente a bocanadas de Alzheimer. La
mente es mía, me la he currado disfrutando con la quijotesca versión de meterme
en vena todo párrafo que me gustaba, por lo tanto la quiero indemne porque
forma parte de mi misma, tanto como los ojos, los brazos o las piernas.
No es de la vejez de lo que estoy hablando , es de la libertad de
decidir aun cuando ya no goces mentalmente de esa posibilidad de hacerlo porque
estás físicamente incapacitado para llevar a cabo lo que siempre deseaste.
Deberían de dejarnos hacer lo que siempre quisimos, lo que planeamos para la
cita más importante de nuestra vida, el final. No
queremos morir en el intento de perpetuar algo que ya no somos, queremos dejar
de sufrir por sistema, dejar de vegetar por miedo a ejecutar la voluntad de
alguien que ya no decide o dejar de corromper lo que siempre fuimos por la
inexistencia de legislación adecuada. Sé
que somos demasiados viejos históricamente para que se haga, sé que en este
país no habrá legislación que nos guarde de nosotros mismos adecuando nuestra
voluntad consciente a nuestro deterior físico. Sé que es agua en playa de arena
mojada, pero aun así me gustaría no tener que morir como un perro sin amo, como
una orquídea abrasada tras un toldo de óptica de rebajas. Porque no está bien
envidiar a alguien que ha muerte como si le hubiese partido un rayo , sabedora
de que tu genética te llevará a la miseria de perder la mente y traspapelarte
en sillones con ruedas porque tus piernas se olvidarán de andar y tus dedos de pulsar
telas para transcribir palabras.
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